¡vamos mijas! / Cuéntame una de bomberos

En las catástrofes, tragedias y crisis, la gente enseña el cobre.

Recordarán que cuando ocurrió el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, el ejército y otros organismos de ayuda se clavaron las casas de campaña, medicinas, entre otras cosas. Gracias a la comida no perecedera que llegó de todo el mundo se ahorraron ir al tianguis por un buen rato.

Por ese 'gandillismo', no es fácil creerle a los que nos piden ayuda. Desde los políticos, hasta los parientes. Nos cuesta mucho trabajo decir "sí" al redondeo. Dar unos pesos de nuestro salario cuando el cajero nos pregunta si queremos becar a alguien; cuando nos enseñan una receta mugrosa, amarillenta porque un familiar está en el Hospital Civil; cuando nos piden dinero para un angelito.

Vivimos en la creencia de que la gente anda buscando introducirle la de procrear a quien se deje.

A mis casi sesenta años, todavía caigo en las tretas de vecinos drogueros. Me meto a rifas con ñoras que no son muy cumplidas que digamos, ya ni espero el dinero, me lo dan cuando les da la gana, pero en cuanto se acaba, tienen el descaro de "guardarme" mi número. Presto mi crédito a parientes que me ponen cara de dame un taco. No le puedo decir no a alguien que, según yo, necesita un favor.

Compro cosas que no necesito a personas de la tercera edad. Hay un señor en la calle Américo Vespucio y Legaspi, es casi ciego, vende mazapanes. No me explico cómo sus seres queridos lo dejan arriesgar la vida por unos centavos.

No creo que sea indigente, todos los días está cambiado y con ropa presentable. En cada alto, arriesga la vida. Los conductores, con tal de no perder el siga, por un pelito se lo llevan de corbata.

A ese tipo de guerreros que van a morir en la raya, sí les ayudo.

Si tuviera más, más les daría. Lamentablemente, al igual que muchos mexicanos, soy víctima de empobrecimiento inexplicable. Al paso que voy, en unos meses voy a buscar un cachito de machuelo, porque todas las...

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