Sobre El tigre del Nayar: Desamortización y juridicidad agraria en el siglo XIX

AutorJesús Antonio de la Torre Rangel
CargoProfesor investigador de la Universidad Autónoma de Aguascalientes
Páginas73-105

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Ver Nota12

1. Introducción

La lectura de la novela El tigre del Nayar de Queta Navagómez3, me ha dejado fascinado. A lo bello de su creación literaria, la escritora nayarita une la historia y lo jurídico; esos tres ingredientes unidos producen un libro muy hermoso, y, para quienes gustamos de

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la historia del Derecho, sumamente interesante. Esta obra, que mereció el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero, me provoca escribir, por el solo gusto de hacerlo, estas líneas; así que El tigre del Nayar me hace reincidir en el trabajo gozoso de escribir relacionando la literatura con lo jurídico, como lo hice con la lucha indígena andina que nos narra Manuel Scorza en sus deslumbrantes novelas4, como lo ensayé también con la célebre novela de Ciro Alegría El mundo es ancho y ajeno5, y como parcialmente lo intenté con El Desierto de Carlos Franz6.

En El tigre del Nayar, Queta Navagómez nos narra la historia de Manuel Lozada; bandolero, caudillo y defensor de los derechos de los pueblos indígenas, conocido como el Tigre de Álica; al mismo tiempo que es una biografía novelada del controvertido y mítico personaje, es la historia de cómo Nayarit, el Séptimo Cantón del Estado de Jalisco, se separa del resto de la jurisdicción estatal, y posteriormente vendrá a constituirse en un nuevo Estado.

Es una novela en donde la juridicidad, entendida en un sentido amplio, integral, esto es, como normas, derechos subjetivos, y reclamos y concretizaciones de justicia, está siempre presente; se nos narran conflictos agrarios, despojos de tierra y litigios por la misma, en una lucha entre el latifundio y la propiedad de las comunidades indígenas; se nos habla de leyes estatales y generales que fraccionan la propiedad comunal –de “manos muertas” se dice– y la hacen susceptible de despojo por manos ambiciosas de vivos; pero también se narra acerca del Derecho que nace del pueblo, como aquellas normas que decreta Lozada, para la defensa y el usufructo de la tierra en los pueblos y comunidades del Nayar y para la cohesión y defensa social. En fin, la juridicidad está

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presente en la novela, y estas líneas pretenden profundizar en ese aspecto históricojurídico de la esplendorosa obra de Navagómez.

2. Sobre Manuel Lozada: El tigre de Álica

Manuel Lozada nació en 18287en la pequeña comunidad indígena de San Luis de Cuagolotán, hoy San Luis de Lozada8, que formó parte un tiempo del municipio de Tepic y después pasó a pertenecer al municipio de Jalisco.

Lozada se da a conocer como temible bandido. Dice Pedro López, que no es extraño “que por el año de 1853 el Cantón de Tepic, tuviera numerosas bandas indígenas, que remontadas en las sierra, se juntaran para atacar y robar haciendas, caminos y ranchos”9, ya que operaban los grupos de Lozada y Pedro Lamas. Es, precisamente, en 1853 cuando apareció por primera vez el nombre de Lozada en los informes militares10.

Los primeros que se unieron al grupo de Lozada fueron habitantes de San Luis Cuagolotán, Pochotitán y Zapotán; su cuadrilla habitaba en la Sierra de Álica, parte de la gran Sierra de Nayarit, lugar desde donde bajaba para llevar a cabo sus acciones.

Lozada es un personaje sumamente controvertido, porque a su condición inicial de cruel y feroz bandolero, se le une después, su carácter de defensor de la tierra y la dignidad de las comunidades indígenas, amenazadas siempre en sus bienes por las leyes, las sentencias o la simple violencia producto de la voracidad de los hacendados. A esto hay que añadir su participación política y militar, con los conservadores primero y con las fuerzas sostenedoras del Segundo Imperio; rompe con Maximiliano y se declara neutral, después. Y, además, es necesario destacar que, guste o no, su fuerza política y militar, a la postre, lleva a la separación de Nayarit de Jalisco, estableciéndose un distrito militar primero, y posteriormente un Estado autónomo de la Federación.

Jean Meyer escribe:

No cabe duda que Lozada y su gente eran feroces. Años más tarde, cuando él era ya una autoridad reconocida, algo disciplinó a sus tropas, pero en esos primeros años andaba a salto de mata. Sin embargo, rápidamente pasó a representar a los pueblos agraviados y a los serranos, que volvían a tomar el camino de la guerra, tan conocido por sus antepasados. Por un lado, Lozada anuncia las luchas agrarias del siglo XX; por el otro resucita las guerras del

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siglo XVI. Tardarán 20 años en acabar con él y 30 en volver a pacificar el Gran Nayar.11La novela de Queta Navagómez se nutre no sólo de la historia y de la juridicidad, sino también de la leyenda y los corridos; “del amor imposible entre el joven peón y la niña decente… la madre anciana y golpeada, flagelada por el capataz endemoniado”12Nos cuenta Queta:

Manuel, el joven becerrero, se encuentra de frente con los ojos de la niña Doloritas. Por un momento se desconcierta, luego acelera la marcha y pasa rápidamente junto a ella. La muchacha sonríe, le divierte el azoro que causa en un peón al que le calcula dieciocho años. Sigue de frente por el largo corredor rebosante de macetas. Pasos adelante él se detiene y gira para mirarla. Doloritas… ¡qué hermosa se ve cuando los domingos pasa engalanada para la misa mañanera! Ella y su cintura estrecha que contrasta con las amplias caderas; ella y su blusa de fino algodón, que insinúa lo que quince años de sol son capaces de tejer bajo una tela; ella y la fruta apetitosa de sus senos erguidos, firmes como peras sazonas, que provocan inquietudes y sudores. La muchacha intuye que el becerrero le está mirando y gira para comprobarlo. Manuel no puede controlar el golpe de sangre sobre el rostro al saberse descubierto. Por un momento olvidan que ella es la hija de don Pantaleón González y doña Ricarda Torres, los dueños de la Hacienda de Cerro Blanco. Se ven a los ojos durante unos segundos. Él hace ademán de acercarse y ella echa a correr rumbo a la casa. 13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pasan semanas. Manuel y Doloritas se encuentran cerca de la huerta y él se hace a un lado para dejarla pasar. Ella le agradece el gesto con una caricia en el hombro. A él se le queda la impresión de esa mano suave y tibia, a ella la firmeza del hombro del vaquero. Comienzan a buscarse a partir de esa tarde. Su ansiedad propicia constantes encuentros y roces.

Noche de luna menguante en que caricias y besos ya no se disfrazan. Desde entonces se repiten las citas al amanecer y en los encuentros furtivos. Pareja oculta entre las hojas enormes de platanares. Él sabe que tarde o temprano serán descubiertos y le propone huir juntos.14 . . . . . . . . . . . . . . . . ………. .

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Para cerrar este primer acercamiento a Lozada, me parece muy interesante el juicio que hace de él y de sus acciones un estudioso de los movimientos agrarios en México, fundador del Partido Liberal Potosino con Camilo Arriaga y los hermanos Flores Magón, y después integrado al zapatismo, siendo muy cercano al Caudillo del Sur, Emiliano Zapata; me refiero a Antonio Díaz Soto y Gama (1880-1967), que nos ofrece esta visión del tigre de Álica:

Como los años pasaban, y a pesar del triunfo de dos revoluciones que se decían salvadoras, –la de Ayutla y la de Reforma–, y a pesar también de la victoria alcanzada por la República sobre la intervención francesa y el imperio, nada práctico ni positivo se hacía en favor de los pueblos despojados, éstos continuaron agitándose, dando visibles muestras de peligroso malestar, De este estado de los ánimos supo sacar provecho un cabecilla sanguinario y feroz, pero no carente de habilidad y de astucia, el famoso y temible revolucionario de Tepic, Manuel Lozada. Este hombre, bandido de profesión, había adquirido influencia y poderío protegiendo el contrabando que en la costa del Pacífico hacían algunas casas de comercio inglesas, y a fuerza de valor y audacia había mantenido en jaque por varios años a las fuerzas del gobierno.

El temible cabecilla, deseoso de engrosar las filas de los suyos, quiso atraerse a los indígenas, descontentos por asuntos de tierras, y a ese fin recurrió a la maniobra de expedir un decreto por el cual, declarando que las tierras de la serranía de Álica eran en su mayor parte usurpadas a los indios por los terra-tenientes de la región, exigía a éstos la presentación de sus títulos de dominio y los amenazaba con repartir los predios entre los naturales, si no exhibían sus títulos? en un plazo perentorio.

La expedición de ese decreto que es el año de 1869 indica sin lugar a duda que Manuel Lozada, percatándose del disgusto creciente en las poblaciones de indígenas con motivo de la desesperada situación a que los había reducido la destrucción de sus comunidades, comprendió que podía ganarse a muchos de esos descontentos con sólo ofrecerles la devolución de los bienes raíces de que habían sido privados. Esto no quiere decir, por supuesto, que nosotros consideremos a Lozada como un agrarista ni cosa que a ello se parezca. Fue un hombre hábil que quiso aprovecharse de una...

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