El tiempo del espanto

AutorJuan Bosch
Páginas289-313
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La desmembración del Caribe estaba costándole a sus pueblos vidas,
bienes y angustias, pero se trataba al fin y al cabo de un proceso
histórico determinado por el juego de las fuerzas que operaban en Eu-
ropa. Como posesión de un país que se hallaba en Europa, al Caribe le
tocaba correr la suerte de su metrópoli. Ahora bien, las luchas euro-
peas, reflejadas en el Caribe, produjeron en el mar de las Antillas un
estado de descomposición. Al Caribe fue a acumularse lo peor de Eu-
ropa; allí fueron a reunirse los hombres más violentos, los de apetitos
más desordenados, los que no podían conformarse ni siquiera con la
violencia y la crueldad que se usaban en las guerras de Europa. Esos
hombres fueron los que desataron el tiempo del espanto en el Caribe.
¿Cómo eran ellos, qué fuerzas interiores los gobernaban?
Eran individualistas en el grado más alto y al mismo tiempo se
negaban a aceptar los principios de la sociedad individualista. Hubo
casos en que alguno de ellos acabó sometiéndose a servir a un gobier-
no; así sucedió, por ejemplo, con Henry Morgan. Pero hubo casos
opuestos, como el de Grammont, que de oficial de la marina real fran-
cesa pasó a filibustero.
Como no se hallaban integrados en la sociedad de su época, esos
hombres no actuaban con sentido político. El hecho político tiene un
límite, y ellos no tenían conciencia de los límites. Ellos mataban y ro-
baban, torturaban, quemaban, destruían, porque el poder de destruir
es el único que iguala a las almas primitivas con los dioses.
Igual que los dioses, los hombres que desataron en el Caribe la era
del espanto se sentían dueños de su propio destino y a la vez dueños
Capítulo X
El tiempo del espanto
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de las vidas, los bienes y el destino de pueblos enteros. Eran omnipo-
tentes; tenían la libertad de hacer y deshacer sin que tuvie ran
que rendir cuenta a nadie. Vivían impulsados hacia la destrucción,
porque el acto de destruir era la expresión más completa de ese poder
absoluto que ellos aspiraban ejercer.
Ahora bien, para que pudieran producirse hombres que se coloca-
ban por encima de gobiernos y sociedades se requería la conjunción de
ciertas circunstancias. No bastaba el apetito de poder absoluto de esos
hombres; hacía falta también una atmósfera propicia para el desarrollo
de esos apetitos. Y esa atmósfera había sido creada por las burguesías
europeas al desatar las tremendas luchas del siglo XVII para arrebatarse
unas a otras los mercados. Europa se había vuelto, gracias a tales lu-
chas, un campo de batalla perpetua, y en esa batalla se formaron los
hombres que irían a crear en el Caribe el tiempo del espanto. Para
tales hombres, el Caribe era el escenario ideal de sus actividades, pues-
to que allí había una frontera amplia y alejada donde se combatía sin
cesar y donde los gobiernos de Europa necesitaban fieras humanas que
les fueran útiles en el propósito de arrebatarle a España sus territorios
y sus riquezas.
Esas fieras humanas fueron los piratas o filibusteros, a quienes a
menudo se confunde con contrabandistas y corsarios.
Los contrabandistas eran comerciantes del mar; el corsario fue un
soldado de las aguas que combatía a las órdenes de su gobierno, unas
veces con las armas y otras haciendo comercio. Pero los piratas o fili-
busteros eran criminales que fueron usados, mientras les convino, por
los gobiernos de Inglaterra y Francia como fuerzas de choque para des-
truir o debilitar el poder de España en el Caribe.
Los piratas del Caribe formaron una versión moderna de los clási-
cos piratas del Mediterráneo, pero a la vez eran diferentes. Los del
Mediterráneo eran sólo ladrones del mar que se agrupaban, cada grupo
en un barco bajo un capitán, pero los filibusteros eran una sociedad
que se regía por un código –la chasse-partie–. Los filibusteros no tenían
divisiones ni de raza ni de religión ni de nacionalidad ni de lengua.
Todo el que se sometía al código filibustero era un miembro de su
sociedad y sus derechos eran escrupulosamente respetados por los
demás miembros de esa sociedad. En un buque filibustero había fran-

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