El surgimiento de la autonomía

AutorJohn Lewis Gaddis
Páginas147-189
147
IV. EL SURGIMIENTO DE LA AUTONOMÍA
El poder militar desplegado en lo alto del siste-
ma alcanzó mayor poder aún basándose en la
voluntad popular abajo. Como en la partida de
croquet de Alicia en el País de las Maravillas,
donde los mazos eran  amencos y las pelotas
erizos, los peones en la [Guerra Fría], confun-
didos con objetos inanimados por las [super-
potencias], sobrevivieron en sus manos y em-
pezaron, universales e imparables, a llevar
adelante sus propios planes y ambiciones.
JONATHAN SCHELL1
¿Podría alguien haber soñado decirle a Stalin
que no nos convenía más y sugerirle la retira-
da? Ni siquiera una mancha de humedad ha-
bría quedado donde estuviese al decirlo. Aho-
ra todo es diferente. Ha desaparecido el miedo
y podemos hablar de igual a igual. Ésta es mi
contribución.
NIKITA S. JRUSCHOV,
13 de octubre de 1964
JRUSCHOV se agarraba de un clavo ardiendo cuando hizo es te
comentario, el día en que sus colegas del Kremlin anunciaron
su intención de deponerlo. “Estoy […] satisfecho de que el par-
tido haya alcanzado el punto de poder refrenar incluso a su
primer secretario —añadió—. Me enmierdaron entero, y yo
digo que ‘tuvieron razón’.”
Los cargos contra Jruschov merecían más aún que su ca-
1 Jonathan Schell, The Unconquerable World: Power, Nonviolence, and the
Will of the People (Nueva York: Metropolitan Books, 2003), p. 347. He alterado
ligeramente esta cita para hacerla aplicable a los imperios de la Guerra Fría,
además de los imperios coloniales en que Schell se concentra.
148 EL SURGIMIENTO DE LA AUTONOMÍA
racterización de ellos. Fue acusado de rudeza, distracción,
arrogancia, incompetencia, nepotismo, megalomanía, depre-
sión, impredecibilidad y envejecimiento. Había permitido que
su propio culto a la personalidad se desarrollara, y ya no aten-
día a sus consejeros. Había arruinado la agricultura soviética
mientras llevaba al mundo al borde de una guerra nuclear. Ha-
bía autorizado la construcción del Muro de Berlín, humilla-
ción pública para el marxismo-leninismo. Desde hacía mucho
se había convertido en una molestia para el país que había tra-
tado de guiar, y para el movimiento comunista internacional
que había tratado de inspirar. Y como su sucesor, Leonid
Brézh nev, sintió la necesidad de añadir, Jruschov había descri-
to una vez a los miembros del Comité Central como “perros
meando contra las piedras”.²
Era una manera cruda e indigna de quitar al guía del Esta-
do número dos en poderío mundial, pero no se derramó san-
gre, nadie fue encarcelado, nadie marchó al exilio. A Jruschov
se le concedió un retiro pací co, dolorosamente oscuro. Siem-
pre optimista, llegó a considerar como su logro más signi ca-
tivo el hecho de que no hubiera sido capaz de conservar su
trabajo. Durante sus años de poderío, habían aparecido cons-
treñimientos en el manejo del poder. Ya no era posible que un
simple líder pidiera obediencia ciega, esperando recibirla.
El destino de Jruschov re ejó, en su microcosmo, el de la
Unión Soviética y los Estados Unidos durante  nes de los cin-
cuenta, los sesenta y principios de los setenta. El sistema in-
terna cional durante estos años parecía ser parte de una bipola-
ridad en la cual, como limaduras de hierro atraídas por un
imán, to do el poder gravitaba hacia Moscú y Washington. De
hecho, sin embargo, las superpotencias encontraban cada vez
más difícil manejar a las potencias menores, ya fueran aliados
o neutrales en la Guerra Fría, mientras al mismo tiempo per-
dían la autoridad que en otro tiempo dieron por sabida en sus
países. Los débiles descubrían oportunidades para enfrentarse
2 Las citas, junto con esta descripción de la deposición de Jruschov, proce-
den de William Taubman, Khrushchev: The Man and His Era (Nueva York:
Norton, 2003), pp. 13 y 15; y de Sergei Jruschov, Khrushchev on Khrushchev:
An Inside Account of the Man and His Era, editado y traducido por William
Taubman (Boston, Little, Brown, 1990), pp. 157-158.
EL SURGIMIENTO DE LA AUTONOMÍA 149
a los fuertes. La naturaleza del poder cambiaba porque el miedo
al poder, concebido al modo tradicional, disminuía. Los mazos,
de hecho, empezaban a volverse  amencos, y las pelotas erizos.
I
Los primeros signos de lo que estaba ocurriendo llegaron con
la decadencia y  nal desaparición del colonialismo europeo,
proceso que se inició antes de que empezara la Guerra Fría;
fue paralelo al primer desarrollo de ésta y sólo gradualmente
afectó su evolución posterior. La dominación europea del
mundo databa del siglo XV, cuando Portugal y España perfec-
cionaron ante todo los modos de transportar hombres, armas
y, sin darse cuenta, gérmenes a través de océanos que hasta
entonces habían mantenido a la sociedad humana en partes.³
Para  nes del siglo XIX, poco territorio quedaba que no estuvie-
ra controlado por europeos o sus descendientes. Pero en 1905
Japón, una potencia nueva y no europea, ganó una guerra que
había iniciado con Rusia, uno de los imperios más débiles de
Europa: la victoria sacudió la ilusión de que los europeos, si
eran desa ados, siempre ganarían.
Los europeos mismos sacudieron entonces otra ilusión
—la de la unidad entre ellos— yendo a una guerra en 1914. La
primera Guerra Mundial, a su vez, produjo dos justi caciones
convincentes para terminar con el dominio colonial. Una pro-
cedió de la Revolución bolchevique, cuando Lenin convocó a
su término el “imperialismo” en todas sus formas. La otra lle-
gó de los Estados Unidos. Cuando Woodrow Wilson hizo del
principio de autodeterminación uno de sus Catorce Puntos, su
intención había sido truncar el recurso del bolchevismo, pero
el efecto fue excitar a los oponentes del imperialismo por toda
Asia, el Oriente Medio y África. Entre los excitados estuvieron
Mohandas Gandhi en la India Británica, Ho Chi Minh en la
Indochina Francesa, Syngman Rhee en la Corea ocupada por
3 Para dos buenas discusiones de esto, véase Jared Diamond, Guns, Germs,
and Steel: The Fates of Human Societies (Nueva York: Norton, 1997), así como
J. R. McNeill y William H. McNeill, The Human Web: A Bird’s-Eye View of
World History (Nueva York: Norton, 2003).

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