Sosiego oficial

AutorJosé C. Valadés
Páginas271-296
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Capítulo XXXVIII
Sosiego oficial
LA UNIDAD NACIONAL
Desde los primeros días de su presidenciado, el general Ávila Cama-
cho hizo saber que el tema principal de su plan de gobierno no sería
el de proponer y realizar la unidad nacional; y aunque el propósito no
entrañaba una idea principal ni un principio doctrinario, se entendió
por unidad nacional lo contrario de lo perseguido por el general Cár-
denas, puesto que éste, no obstante la pureza política y social de sus
intenciones, había hecho una discriminación de las clases minorita-
rias, con gran perjuicio para la conformidad y esencia del país, que
nunca aceptó que las consideraciones humanas para las mayorías
fuesen en detrimento de los derechos oficiales para las minorías.
En efecto, tanta parcialidad significó el general Cárdenas hacia
los intereses del proletariado, que sembró un espíritu de clase del
cual se atisbó una perniciosa división social, criando repulsivos e
inconvenientes odios, con lo cual se oscurecieron no pocas funcio-
nes del gobernante.
Tan hostigado así se hallaba el país al final de 1940, que si Ávila
Camacho no cambia aquella ruta y persiste en una política de refor-
mas e injuicios, muchos males habrían sobrevenido a la nación. De
esta suerte a pesar de que el tema de unidad nacional que abordó el
nuevo presidente no correspondía propiamente a un programa, la
gente lo consideró como la probación de que el general Ávila Cama-
cho colocaba un puente sobre las grietas que dejara su predecesor.
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José C. Valadés
Esto, para la República, constituyó un alivio y una esperanza a las
promociones individuales que eran la médula de la Revolución.
El tema de la unidad, por otra parte, no sólo fue útil a los fines polí-
ticos de Ávila Camacho, sino asimismo al orden administrativo; por-
que desde la caída del llamado Maximato de Calles, la política del
gobierno había favorecido la idea de hacer efectiva una unicidad na-
cional, utilizando a los caudillos y parcialidades lugareños, que muy
a menudo ejercían el poder con marcado despotismo, en nombre de
una soberanía de los estados, a cambio del privilegio federal de ab-
sorber los derechos fiscales, de manera que con este procedimiento,
aquéllos, ya sin recursos propios a una autonomía, quedaron atados
política y administrativamente a la dirección precisa del Centro.
La unidad nacional, pues, no fue para Ávila Camacho un mero
propósito romántico; porque con mucha habilidad la empleó tanto
para borrar las asperezas clasistas como para neutralizar, o disolver,
o unir al Centro con los intereses y aspiraciones de los caciques
pueblerinos, también para dar tono discreto y eficaz al intervencio-
nismo que llevaba a cabo el gobierno central en los estados, a pesar
de la soberanía preceptuada por la Constitución.
Ahora bien, si aquella centralización del poder nacional, en vez
de dañar al país sirvió para hincar la tranquilidad, en cambio perju-
dicó la hacienda de los estados; tanto así, que el gobernador de Sina-
loa comparó a la tesorería sinaloense con “un huérfano de las eroga-
ciones federales”. También en Michoacán, las autoridades deploraron
el intervencionismo central, al grado de que el estado se vio obligado
a disminuir los empleos magisteriales por falta de dinero.
No era posible —establecen las fuentes documentales— que aque-
lla reforma a los sistemas distributivos de las rentas públicas se lleva-
se a cabo sin descomposiciones y descompensaciones comarcanas;
y así como en Yucatán se observó una corrupción administrativa, el
estado de Campeche, en la realidad, pasó a ser tributario de los inte-
reses tabasqueños y yucatanenses. En el territorio sur de Baja Cali-

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