Sobrevivir con el mínimo

AutorMartha Martínez

FOTOS: ÓSCAR MIRELES

Cuando Luis, su esposo, comenzó a trabajar en una fábrica de productos de limpieza, en enero pasado, Elizabeth Ruiz pensó que parte de sus problemas estaban resueltos. Con un sueldo seguro cada semana y la posibilidad de incrementar los ingresos de la casa con horas extras, su familia tendría garantizados los alimentos todos los días.

Para Eli, como la conocen sus vecinos, el nuevo trabajo de Luis, un hombre de 48 años de edad y con sólo la secundaria terminada, era una bendición. Después de más de siete años de estar desempleado, entrar y salir de constantes depresiones y emplearse en "chambitas" informales que apenas le daban para comer, su esposo dejaría de formar parte de los más de 2.5 millones de mexicanos que buscan empleo sin éxito.

El plan era que Luis buscaría el mayor número de horas extras y así lo hizo por unas semanas. Con un salario base de 600 pesos semanales y tiempo adicional a su jornada normal, llegó a recibir hasta mil pesos de sueldo, dinero que Elizabeth usaba para comprar comida, recoger dos veces por semana la leche que el gobierno federal distribuye como apoyo a las familias más necesitadas a través de las tiendas Liconsa y hasta darse el lujo de comprar carne una vez por semana.

Pero el gusto les duró poco. Aquello que los economistas llaman "estancamiento del mercado interno" hizo mella en el trabajo de Luis. A finales de febrero pasado, la fábrica en la que labora comenzó a bajar su productividad y a hacer recorte de personal; así, junto con muchos de sus compañeros que quedaron desempleados, se fue la posibilidad de incrementar su raquítico salario.

Con la edad prácticamente fuera del rango de productividad impuesto por las empresas, el número de desempleados al alza y una familia que alimentar, Luis se convirtió en uno de los más de 12 millones de trabajadores mexicanos que no reciben más de dos salarios mínimos.

A pesar de que la totalidad de sus ingresos los destinan a la compra de alimentos, los 85 pesos diarios con los que esta familia cuenta para satisfacer sus necesidades básicas son apenas una tercera parte de lo que Coneval establece como el mínimo necesario para garantizar una alimentación adecuada.

LLENAR LA PANZA

Con sus ingresos reducidos a la mitad de la noche a la mañana, Elizabeth volvió a hacer lo que en el último año: excluir de la dieta familiar la fruta, la carne y la leche; volver a preparar únicamente alimentos que "llenan la panza" y buscar en los tianguis la verdura más aguadita, aquella a la que los dueños de los puestos les asignan precios bajísimos en un último intento por venderla, antes de tirarla a la basura.

"De comer busco lo que más rinde: arroz, sopa o frijoles. Sí le batallo para hacer de comer porque siempre ando buscando lo más barato. Por ejemplo, si hay jitomate del bueno, yo compro del más barato, del aguadito, lo lavo bien y me sirve para hacer sopa", relata.

Habitante de la colonia María Isabel, en Valle de Chalco, una de las zonas más empobrecidas del Estado de México, Eli ya no recuerda la última vez que compró un kilo completo de algo, pues desde hace mucho tiempo aprendió a vivir al día.

"Yo ya no compro por kilo. Si necesito chiles, compro dos o tres pesos; si necesito jitomate, compro tres o cuatro, o si necesito cebolla, compro nada más una. Así le hago para hacer rendir lo poquito que tenemos", señala.

El caso de Elizabeth materializa lo que los académicos han advertido desde hace años: la disociación entre las políticas social y laboral reduce drásticamente el impacto de los programas sociales.

Delgada y bajita. Eli tiene la piel quemada por las largas caminatas bajo el sol que hasta enero pasado realizaba para vender bolsas de frituras que ella misma elaboraba. Pero tuvo que dejar esa actividad por la ola de delincuencia que azota a su colonia. A pesar de que cuenta con la tarjeta de leche Liconsa, la falta de recursos no le permite beneficiarse de este programa.

"Es más barata la leche de Liconsa, pero aun así ya no puedo comprarla porque, o compro leche que cuesta 18 pesos, o le doy de comer a mis hijas. Desde hace como seis meses tengo prestada mi tarjeta porque si no la uso me la quitan y tengo la esperanza de que pronto voy a poder comprar leche otra vez", indica.

Madre de tres hijas menores de edad, Eli advierte que Oportunidades, el programa estrella de combate a la pobreza del gobierno federal, cuyo nombre cambió a Prospera por decreto del presidente Enrique Peña Nieto, tampoco ha sido de mucha ayuda.

Cada dos meses recibe 850 pesos, que apenas le alcanzan para comprar el gas que cada fin de mes se acaba.

SALARIO EN PICADA

La de Elizabeth es una de las miles de familias afectadas por la precarización del...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR