SOBREAVISO / Costo político

AutorRené Delgado

Si, en dos o tres años, la economía crece a ritmo acelerado y sostenido al tiempo que la desigualdad social decrece del mismo modo, más que satisfechos podrán sentirse el gobierno y las oposiciones de la aventura emprendida con el Pacto y las reformas.

El momento, sin embargo, no permite echar al vuelo las campanas pero tampoco asegurar que esas campanas carecen de badajo. El momento, dicho sin susto ni espanto, es de una natural y comprensible incertidumbre, pero con un triple ingrediente que lo agrava: la violencia criminal y la desesperación social que no cesan y la imbatible corrupción que vulnera toda expectativa.

Lo que sí se perfila como una certeza, desde ahora, es el costo que el gobierno y las oposiciones endosan a la democracia. Un costo difícil de determinar por cuanto que se relaciona con la cultura, la ética y la conducta políticas. Si las reformas estructurales no arrojan el resultado económico y social prometido, la democracia, lejos de consolidarse, afrontará el peligro de reblandecerse.

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En su nivel constitucional, el Pacto y las reformas derivadas de éste constituyeron una hazaña política. Gobierno y partidos reconocieron la unidad en la diversidad y, donde no, toleraron que el gobierno negociara por separado con la derecha o la izquierda. Fueron del menáge a trois al pas de deux.

El panismo y el perredismo adoptaron actitudes fundamentalmente escenográficas pero, en el fondo, aceptaron las concesiones que se hacían a una corriente o a la otra. Así, la derecha aceptó que se concedieran a la izquierda ajustes, de presunto corte social, en la reforma hacendaria como la izquierda aceptó que, en la reforma energética, bailaran el gobierno y la derecha.

Gala de pragmatismo desplegaron el gobierno y los partidos opositores y, en ese nivel de las reformas, salieron adelante.

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Ese proceder, sin embargo, tuvo un precio. Se pactó a costa de la división de poderes, la pluralidad y la idea de concebir a los partidos como instrumento de la ciudadanía. Puede entenderse que en aras del fin se sacrificó al medio, pero el tratamiento y procesamiento político- legislativo de las reformas arroja un déficit para la democracia.

El Legislativo perdió el paso en el camino que lo conducía a consolidarse como un auténtico poder, como un factor de equilibrio. Si, desde la segunda mitad del sexenio zedillista hasta el fin del sexenio calderonista, el país incursionó en la práctica del gobierno dividido -el Ejecutivo en unas manos y el...

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