El sistema de partidos en Chile: una continuidad problemática

AutorNorbert Lechner
Páginas231-268
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EL SISTEMA DE PARTIDOS EN CHILE:
UNA CONTINUIDAD PROBLEMÁTICA*
A la memoria de René Zavaleta
1. EL PARLAMENTARISMO NEGRO
Un primer rasgo distintivo del sistema de partidos en Chile es su tradición his-
tórica. A diferencia de sus vecinos, Chile tiene un sistema de partidos insti-
tucionalizado desde el siglo XIX. Aunque elitista y  nalmente dependiente del
Estado, la sociedad política llega a tener un vigor tal que sobrepone a la Cons-
titución presidencialista de 1933 formas parlamentarias de gobierno (1891-
1924).1 La Constitución de 1925 restablece el presidencialismo, pero sin debi-
litar el régimen de partidos. Éste se amplía y fortalece en los años treinta con
la entrada de los partidos socialista y comunista al Parlamento, quedando la
fractura clerical-laica de nitivamente desplazada por las divisiones de clase.a
El Frente Popular (1938) institucionaliza la lucha de clases, encauzando el con-
icto según procedimientos democráticos.
La institucionalidad democrática conlleva otro elemento distintivo del
sistema partidista chileno: el eje derecha-izquierda como principio diferen-
ciador de las posiciones políticas. Límites ideológicos y programáticos rela-
tivamente nítidos van estructurando un panorama político que en los años
sesenta abarca tres campos de similar potencial electoral: la derecha (con-
servadores y liberales), el centro (radicales y demócrata-cristianos) y la iz-
quierda (comunistas y socialistas). Esta con guración distingue el caso chi-
leno de los demás países de la región y lo acerca a los procesos de Europa
continental.
* En L. Meyer y J. L. Reyna (coords.), Los sistemas políticos en América Latina, México, Siglo
XXI Editores–Universidad de las Naciones Unidas, 1989, pp. 69-105.
1 Véase la obra clásica de A. Edwards, La fronda aristocrática, Santiago, Impresora Nacional,
1928.
a En una versión previa de este texto, publicada en 1985 como Documento de trabajo 249,
Flacso-Santiago de Chile, la formulación es distinta. Dice así: “La Constitución de 1925 restable-
ce el presidencialismo, pero sin debilitar el régimen de partidos. Éste se amplía y fortalece en los
años 30 con la entrada de los partidos Socialista y Comunista al Parlamento, quedando el cliva-
je clerical-laico de nitivamente desplazado por los clivajes de clase” (p. 1).
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Sobre este trasfondo cabe destacar un tercer rasgo: el carácter fundacio-
nal del golpe militar de 1973.2 No se trata solamente de derrocar determina-
do gobierno sino de fundar un nuevo orden. Al igual que en Argentina y Uru-
guay, la imposición del nuevo orden supone abolir la política y acabar con el
sistema de partidos. Negando explícitamente el pasado democrático, el régi-
men militar chileno no crea (como el brasileño)a una arena política sustituti-
va ni fomenta (como Stroessner)b un partido o cial. La persecución abarca
—en términos legales— la disolución del Congreso Nacional (decreto ley 27
del 24-9-73) y la destrucción de los registros electorales, la prohibición de
los partidos de la Unidad Popular como asociaciones ilícitas (decreto ley 77
del 13-10-73) y la con scación de sus bienes. Los demás partidos, inicialmen-
te declarados en receso (decreto ley 78), son disueltos en marzo de 1977 (de-
2 M. A. Garretón, El proceso político chileno, Santiago, Flacso, 1983.
a El régimen militar en Brasil (1964-1985) estuvo en un inicio bajo el mando del Comando Su-
premo de la Revolución (junta militar dirigida por los ministros de Guerra, Marina y Aeronáuti-
ca), que controló el Congreso desde el primer acto de gobierno y por medio de éste nombró presi-
dente a Humberto de Alencar Castelo Branco. El 20 de noviembre de 1965, por medio del Acto
Complementario núm. 4, se o cializó el bipartidismo en Brasil, dando cabida solamente a dos
organizaciones políticas (que trataban de funcionar en forma de partido): la Alianza Revolucio-
naria Nacional (Arena), compuesta por parlamentarios que provenían del Partido Social Demo-
crático (PSD) y la Unión Democrática Nacional (UDN, grupo político liberal antivarguista que re-
presentaba a sectores del empresariado y a los intereses del capital extranjero), y el Movimiento
Democrático Brasileño (MDB), que albergó a un amplio grupo del antiguo Partido Laborista Bra-
sileño (PTB). Luego de la división bipartidista se instauró un sistema de control total del Congreso
por parte del gobierno militar en el que se aprobaron las leyes que consolidaron el régimen, inclu-
yendo el proyecto constitucional elaborado por los militares en 1966, además del sistema de elec-
ciones que por un lado permitía las elecciones directas (legislativas) y por otro indirectas en los
casos de puestos ejecutivos, y un sistema de representación que marginó a los estados más pobla-
dos. La crisis del MDB comenzó en el año de 1979, junto con el  n del sistema bipartidista. Lionel
Brizzola encabezó una de sus principales escisiones al fundar el Partido Democrático de los Tra-
bajadores, más cercano al antiguo laborismo del PTB. En São Paulo, una alianza entre el ascenden-
te movimiento sindical y una amplia franja de intelectuales crearon el Partido de los Trabajadores
(PT), en el que ya destacaba la  gura de Luiz Inacio Lula da Silva. Véase M. Cavarozzi y M. Garre-
tón (coords.), Muerte y resurrección. Los partidos políticos en el autoritarismo y las transiciones en
el Cono Sur, Santiago, Flacso, 1989; S. Dutrénit (coord.), Diversidad partidaria y dictaduras: Argen-
tina, Brasil y Uruguay, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1996.
b Durante la dictadura de Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-1989), el partido o cial fue el
Partido Colorado. La siguiente cita sintetiza bien lo que representó la dictadura militar en Para-
guay con un fuerte poder personalista: “El ‘stronismo’ fue un sistema de poder personalista, her-
mético y relativamente inmutable: un triángulo conformado por las Fuerzas Armadas, el Partido
Colorado y el gobierno, con la  gura del líder operando como su eje articulador. Stroessner mis-
mo fomentaba el culto a su persona. La adulación, la genu exión y la obsecuencia eran impor-
tantes vías para la movilidad social y el acceso a cargos públicos. Calles, plazas, escuelas y distri-
tos del interior llevaban su nombre o el de algún miembro de su familia; incluso el aeropuerto
internacional y la segunda ciudad más importante del país se llamaban ‘Presidente Stroessner’”.
B. Arditi, “Adiós a Stroessner: nuevos espacios, viejos problemas”, Nueva Sociedad 102, julio-
agosto de 1989, p. 26.
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creto ley 1674). Desde entonces se penaliza la ejecución y promoción de toda
actividad de índole político-partidista. La lucha contra los partidos marxistas
en particular es incluso elevada a rango constitucional; en su artículo 8, la
Constitución de 1980 proscribe las organizaciones políticas y sanciona toda
actividad que propugne una concepción de la sociedad y del Estado fundada
en la lucha de clases. En cambio, actualmente (1985) todavía no están pro-
mulgadas las leyes orgánicas,a previstas por la Constitución, que regulen los
partidos políticos y el sistema electoral.
A pesar de la prohibición jurídica y la represión fáctica de las organiza-
ciones políticas, éstas subsisten. “La idea de que un gobierno autoritario pue-
de comenzar de nuevo y producir una nueva generación de ciudadanos, para
los cuales el pasado sea mera historia, podrá ser atractiva para los gobernan-
tes autoritarios pero va a contracorriente de la obstinada persistencia de ese
mismo pasado.”3 Por lo general, todo sistema de partidos, una vez conforma-
do, queda relativamente congelado. Chile no es una excepción. Punto de partida
de todo análisis es la continuidad de los partidos. Esa persistencia se nutre,
inicialmente, de la mera autoa rmación voluntarista de las antiguas identi-
dades y de un rechazo moral al régimen militar. Éste, por su parte, no hace
intentos por integrar a la oposición. La violación sistemática de los dere-
chos humanos y la exclusión programática de gran parte de la población im-
piden que el nuevo ordenamiento sea reconocido como legítimo por amplios
sectores sociales. De este modo, la oposición se consolida como una fuerza
antisistema.
Los partidos adquieren nuevamente visibilidad a raíz de la crisis económi-
ca en 1982. La primera jornada de protesta nacional del 11 de mayo de 1983b
3 A. Valenzuela y S. Valenzuela, “Partidos de oposición bajo el régimen autoritario chileno”,
en varios autores, Chile, 1973-1983, México, Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM–Flacso,
1983; y en Revista Mexicana de Sociología 2, 1982, p. 624.
a Lechner hace referencia a la promulgación de leyes orgánicas que regularicen lo instituido
en la Constitución de 1980; al respecto de dicha Constitución, véase la nota b (p. 169), referida
al periodo constitucional de Pinochet, del texto “El proyecto neoconservador y la democracia”
contenido en Obras II. La Ley Orgánica de los Partidos Políticos fue promulgada apenas en
1987 con la Ley Orgánica Constitucional de los Partidos Políticos, que reconoce su estatus legal
y organizativo autónomo. Al respecto, véase S. Carrasco, “La evolución político-constitucional de
Chile”, Estudios Constitucionales 6:2, 2008, pp. 301-324.
b La primera jornada de protesta nacional se dio el 11 de mayo de 1983, convocada por la
Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC), la cual había llamado inicialmente a una huelga
nacional. Sin embargo, “algunos sindicatos locales importantes se negaron a apoyar. La CTC optó
entonces por una protesta amplia para capitalizar el descontento creciente […] El día que la CTC
llamó a la manifestación de protesta general hubo huelgas, altas tasas de ausentismo, trabajo a
desgano y manifestaciones en los centros laborales. En las universidades hubo asambleas y ma-
nifestaciones. Los niños de menor edad no fueron a la escuela. En el centro de la ciudad y en las
calles y avenidas principales los choferes hicieron sonar sus bocinas y la gente hizo breves mani-
festaciones. En barrios de clase media y baja por igual, los residentes boicotearon las tiendas; por
la noche apagaron las luces y golpearon cacerolas y sartenes”. M. Garretón, “Movilización popular

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