'He sido muy afortunado'

AutorIsrael Sánchez

La fortuna, invariablemente, ha sido viento a favor con el cual ha navegado el biólogo y ecólogo José Sarukhán.

El saber reconocerla y aprovecharla ha sido decisivo en algunos de los momentos más importantes de su trayectoria, admite el investigador emérito del Instituto de Ecología de la UNAM -el cual fundó-, reconocido por su papel en la conservación de la naturaleza.

"(Las oportunidades) no ocurren solas, sino con toda una serie de circunstancias, y uno las aprovecha", confiesa en entrevista el director de numerosas instituciones académicas y actualmente titular de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio).

"No siempre sale todo a la primera, pero si uno tiene tenacidad, el propósito de una buena idea, casi siempre se logra", agrega el también ex Rector de la UNAM. Ejemplo es su propia incursión en la Ecología, esto hacia los últimos años de la licenciatura en Biología, que cursó en la Facultad de Ciencias.

Nacido en 1940, hijo de un matrimonio emigrado a México como sobreviviente del gran genocidio contra los armenios en Turquía en la primera mitad del siglo 20, ingresó a la carrera movido por el interés en comprender cómo una serie de estímulos físicos -la luz, los sonidos, el gusto- permiten al cerebro interpretar imágenes.

"¿Cómo ocurre eso en el cerebro? ¿Qué mecanismos hay que le dan a uno esta sensación, que es una sensación de vida? Porque lo que ocurre en nuestro cerebro es nuestra conexión con la vida, con los seres que queremos y las cosas que hacemos", remarca el investigador, galardonado el 14 de septiembre con la medalla José Vasconcelos del Seminario de Cultura Mexicana.

En ese entonces no existía una carrera de neurobiología o neurociencias por la cual pudiera optar aquel joven, quien tenía sólo 8 años cuando murió su padre, Harutiun Sarukhanian, y tras lo cual su madre, Ángela Kermez, y su hermana Tere tomaron bajo su responsabilidad el mantenimiento del hogar.

Con la biología mexicana empezando a tomar forma, no distinguía dónde pudiera desembocar su inclinación por las neurociencias.

"Y aquí vienen las casualidades, la serendipia", subraya: "Un día me avisaron que se había conformado una comisión para estudiar el barbasco, que se llamaba la Comisión de Dioscoreas, y que estaban buscando gente joven". Ingresar a ella fue un regalo, rememora: "Estaba feliz".

Feliz, sobre todo, porque fue en esa época, que lo acercó al conocimiento del trabajo del campo, donde conoció a quien considera...

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