La Revolución Mexicana y la Revolución Mundial

AutorIsidro Fabela
Páginas163-172

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Discurso pronunciado el 20 de noviembre de 1942, en el Palacio de las Bellas Artes, en la Conmemoración del XXXII aniversario de la Revolución Mexicana.

Si recordar es vivir, vivamos esta noche nuestra gesta heroica de 1910-1913, recordando someramente el México de hace 32 años, las causas de la Revolución y las figuras de los mártires que encabezaron la epopeya, Madero y Carranza, para rendirles el culto que merecen, lo mismo que a sus paladines, militares y civiles, que dieron su sangre, su existencia, su acción o su pensamiento, para ofrecer al pueblo mexicano una vida mejor, más digna, más justa, más humana; la vida que soñaba y requería con apremio el proletariado nacional del campo y del taller, empujado por todas las fuerzas de la historia y por todas las necesidades económicas del siglo.

Mi maestro Justo Sierra decía, "todo lo tuvieron los atenienses bajo Pisístrato: paz, prosperidad, mejoras materiales, todo; menos lo que da a todo eso un precio para el alma: la Libertad".

Todo lo tuvimos los mexicanos bajo Porfirio Díaz: prosperidad, mejoras materiales, todo; menos lo que da a eso un precio para el alma: la Libertad. Todos lo sabíamos y todos toleramos, sin embargo, aquella situación política y social, de grado o por fuerza, porque la conciencia popular estaba aletargada en una vieja pesadilla de ilegalidad; unos, recibiendo los beneficios de la alianza del poder público con el monopolio económico; alianza engendradora de tiranías; otros, soportando la Dictadura por espíritu de conservación; y los más, viviendo en la inconsciencia ciudadana a imperio de la costumbre.

Para el resurgimiento de nuestra patria a la vida de los pueblos libres se imponía el advenimiento de una causa determinante que, sacudiendo al pueblo, le abriera los ojos del espíritu, para contemplar su deprimente existir, y de un redentor

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heroico que supiera interpretar sus ansias libertarias para conducirlo al triunfo por el sangriento, pero legítimo de las revoluciones.

La causa determinante fue el estupendo fraude electoral de 1910; y el hombre, don Francisco I. Madero.

Madero fue como todos los alucinados, como todos los videntes, como todos los apóstoles, amado y escarnecido, odiado hasta la muerte y glorificado hasta la inmortalidad. Indiscutido por la admiración delirante de un pueblo despierto y ávido de sacudir su alma, cayó al golpe artero del pasado resentido lógicamente con los renovados ideales del porvenir.

Madero era un rebelde; pero no un rebelde cercenador de vidas; sino un rebelde propagador de ideas.

Su palabra de verdad no era de artista para conmover, sino de sembrador para crear. Pasó por la República Mexicana como un mesías, predicando la buena nueva de la Libertad y de la Democracia; habiendo comenzado sus campañas democráticas mucho antes de la Revolución. El 2 de febrero de 1909 decía así a don Porfirio Díaz:

"La conclusión a que he llegado es que será verdaderamente amenazador para nuestras instituciones y hasta para nuestra independencia la prolongación del régimen del poder absoluto. Parece que usted mismo así lo ha comprendido, según se desprende de las declaraciones que hizo por conducto de un periodista americano. Sin embargo, en general, causó extrañeza que usted hiciera declaraciones tan trascendentales por conducto de un periodista extranjero, por lo que el sentimiento nacional se ha sentido humillado. Además, casi contra la voluntad de usted, o por lo menos en contradicción con sus declaraciones, se ha ejercido presión en algunos puntos donde el pueblo ha intentado hacer uso de sus derechos electorales. Por esta circunstancia, el pueblo espera con ansiedad saber que actitud asumirá usted en la próxima campaña electoral".

Su ocupación y sus preocupaciones, su voluntad íntegra y sus entusiasmos todos no tenían otro fin que el bien de sus conciudadanos, no otra ilusión que el bienestar del Estado.

Porque Madero amaba a la Patria sobre todas las cosas. Amaba a la patria porque antes había amado la familia en una vida hogareña de probidad y dulzura. Amaba a la patria, por sufrida y por suya y queriéndola redimir, le señaló del mal que amenazaba al pueblo, si el pueblo, no erguía la cabeza de soberbia rebelión. "Si no hacemos un esfuerzo - decía en un manifiesto al pueblo- pronto veremos consolidarse en nuestro país una distancia autocrática; y la Constitución; con las libertades que os asegura, zozobrará en el mar de nuestra ignominia. En las actuales condiciones, un esfuerzo en el terreno de la democracia podría salvarnos todavía. Más tarde, sólo las armas podrán devolvernos nuestra libertad y por dolorosa experiencia sabemos cuan peligroso es ese remedio".

"La libertad es un bien precioso sólo concedido a los pueblos dignos de disputarla, a los que han sabido conquistar valerosamente contra el despotismo".

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"Luchemos, pues, con resolución y serenidad para demostrar la excelencia de las prácticas democráticas, asegurar para siempre nuestra libertad y consolidar definitivamente la paz; la paz de los pueblos libres que tienen por apoyo la Ley".

Madero era un soñador y un gran bueno; soñaba como los justos, sentía como los místicos, y pensaba como los redentores. "Podría estar engañado, pero no sabía engañar"; sus ojos de mirar de niño no mentían nunca; sus manos misericordiosas jamás temblaban. Nunca el infortunio abatió sus frentes ni desmayó su voluntad. Era un santo laico. Como a la doncella de Orleans un día lo conquistó el soplo divino de una idea libertaria y se transformó de hombre en apóstol y entonces fue un cerebro con una sola idea: libertad; y un corazón con una sola palabra: amor. Como todos los redentores, tenía una gran fe de sí mismo, en su tiempo, y en su pueblo. Por eso en medio del asombro inaudito de la nación y desdeñado con burla en las esferas oficiales, fue a predicar por todas partes su evangelio redentor que hizo crisis en la calle de Santa Clara Puebla de los Ángeles, hoy hace 32 años, cuando dos heroínas, Carmen Serdán y la mujer de Aquiles, vieron caer, de uno, a sus compañeros que bautizando a la Revolución con su sangre de martirio, dignificaron e inyectaron bizarría a la Revolución de 1910.

Madero fue oportuno en su apostolado porque México necesitaba, después de un dictador legendario, un idealista que, desafiando la tremenda fuerza de los derechos adquiridos y de la costumbre, se presentara al pueblo resuelto y convincente, para señalarle el camino de la libertad.

¿Que fue un mal gobernante? Tal vez. Los gobernantes no se improvisan como los apóstoles, "No hagas de Príncipe si no has aprendido a serlo", decía Solón.

Pero Madero no quería el poder. Se lo dio el pueblo; se lo impuso la misma formidable corriente de pasiones que él removiera y...

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