Relaciones Internacionales y periodismo/International Relations and journalism.

AutorSahagún, Felipe

Introducción

"La política internacional no vende periódicos", decía en su época dorada el magnate australiano de la prensa y la televisión, todopoderoso en su Australia natal, Gran Bretaña y Estados Unidos, Rupert Murdoch.

Medio siglo después de pronunciar esas palabras, los estudios de opinión le dan la razón, pero sólo en tiempos de estabilidad. El problema es que, cuando se agota un sistema internacional y nace uno nuevo--como ha sucedido con el fin de la Guerra Fría, el resurgimiento de China, la globalización y la revolución de Internet en el último cuarto de siglo--, la normalidad, entendida como equilibrio, desaparece, se impone la incertidumbre y la frontera entre lo local, lo nacional y lo internacional se difumina.

La política internacional ha recobrado un interés inusitado, la agenda internacional se ha globalizado, la información a golpe de click de ordenador o de vistazo en el móvil alcanza niveles de saturación enfermiza y el periodismo, como el poder político, se ha subido al tren digital sin entender muy bien sus consecuencias, como quien se sube a un tigre o a un caballo desbocado.

La fragmentación y el anonimato de la información en el medio digital facilitan la manipulación y todo tipo de ciberamenazas. Estamos viendo algunos de sus efectos más negativos en los millones de ataques por la red o en el gran debate sobre el uso masivo de las redes por fuerzas extranjeras para impedir la victoria de Hillary Clinton en Estados Unidos en 2016, o para dársela a los partidarios del Brexit y ayudar a los populismos en otros países europeos.

Entre los efectos positivos citaremos las revelaciones de WikiLeaks y de Edward Snowden sobre la injerencia legal e ilegal del Gran hermano orwelliano estadounidense en los asuntos internos y externos, propios y ajenos.

Sin Internet sería imposible el nuevo periodismo de investigación que ha sacado a la luz casos de corrupción transnacional, como el de la empresa brasileña Odebrecht por toda América Latina, o el de los paraísos fiscales denunciado en los llamados "papeles de Panamá".

Sin las redes y la televisión por satélite, las mal llamadas primaveras árabes difícilmente habrían sucedido como sucedieron, ni las revueltas de Irán en 2009 o del Maidán de Kiev en 2013. Pero no deberíamos exagerar lo novedoso del fenómeno.

Guerras y medios de comunicación

Cada generación y, en la práctica, cada guerra importante desde mediados del siglo XIX se han visto condicionadas por un nuevo medio de comunicación, y sospecho que así seguirá siendo:

  1. sin la imprenta, el cisma de la Cristiandad que tanto daño hizo al Imperio español es impensable en el tiempo y en la forma en que se produjeron;

  2. el telégrafo revolucionó a mediados del siglo XIX el periodismo, las comunicaciones militares y la organización de los ejércitos;

  3. hasta el telégrafo, los corresponsales dependían del caballo, el carruaje, el correo humano y las palomas, y su información tardaba tanto en llegar a su destino que el efecto de sus crónicas sobre los resultados de las batallas y de las guerras era insignificante;

  4. la primera guerra que se metió en nuestras casas no fue Vietnam gracias a la televisión, sino la Guerra civil estadounidense con las primeras fotografías;

  5. gracias a la fotografía y a los transistores con baterías recargables a manivela, sin necesidad de pilas, organizaciones no gubernamentales como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia y la Cruz Roja pudieron ayudar a miles de refugiados perdidos tras el genocidio de Ruanda a mediados de los noventa;

  6. los gobiernos, desde los montones de cuerpos moribundos en Crimea a mediados del XIX, las guerras de los bóers, en Sudáfrica, o Antietam, en la Guerra civil estadounidense, hasta Tiananmen, en 1989, siempre han temido más a la imagen que a la palabra. Con Donald Trump, ese temor y la obsesión por dominarlo a cualquier precio han alcanzado niveles de paroxismo;

  7. cualquiera de las manipulaciones diarias en las redes que leemos deben contrastarse, para situarlas en su verdadero contexto, con la guerra inventada por el grupo Hearst en 1898 para arrebatar a España sus últimas colonias en el hemisferio occidental, la descarada manipulación del cine en la Primera Guerra Mundial y de la radio en la Segunda;

  8. su fe sin límites en la radio incipiente y en el telégrafo ya maduro convencieron al presidente Woodrow Wilson de que era posible una nueva sociedad internacional basada en otra forma de diplomacia: la diplomacia pública o abierta;

  9. pronto se desengañaría. Murió frustrado y lamentando su error. No comprendió la profunda contradicción entre la diplomacia del megáfono y la diplomacia eficaz, y la función de los periodistas en dosificar y separar de manera correcta en el tiempo lo que conviene publicar para no destruir un proceso diplomático en marcha;

  10. el miedo a la información crítica y libre que hoy profesan Xi Jinping, Vladimir Putin y casi todos los dictadores no difiere mucho del mostrado hace poco más de un siglo por el zar Nicolás II hacia el telégrafo, o por Stalin hacia el teléfono, como fuentes de desestabilización que había que atar en corto, y

  11. el fracaso del golpe de agosto de 1991 contra Mijail Gorbachov se debió, en gran parte, a la ignorancia tecnológica de los golpistas y la caída por sorpresa del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, tras una rueda de prensa de locos en Berlín Oriental pocas horas antes, a la ceguera del régimen comunista sobre la fuerza revolucionaria de la televisión global monopolizada todavía, hasta la Segunda guerra del Golfo (la guerra por el petróleo de Kuwait), por Cable News Network (CNN). (1)

    Transiciones de este calado en el mundo hemos vivido muy pocas desde el encuentro casual, no previsto, de las tres carabelas de Cristóbal Colón con las Américas hace ahora 526 años. Por ello es tan difícil encontrar luces o precedentes que nos iluminen y nos den respuestas seguras.

    Globalización y periodismo

    La globalización actual, impulsada por Internet, tiene en la información su gran buque insignia, pero ha ensombrecido la función tradicional del periodismo como el gran y casi único mediador entre el poder y el ciudadano, entre la verdad, nunca absoluta, y la verdad oficial.

    Gracias a las redes digitales, ha puesto en manos del poder los medios para dirigirse de manera directa a la opinión pública y a los actores nacionales e internacionales por encima o al margen de la prensa, la radio y la televisión. Sin el filtro de edición y comprobación del periodismo tradicional, se han multiplicado las posibilidades de manipulación, desinformación y propagación de las mentiras, noticias falsas o, en el mundo trumpiano fake news.

    Las principales víctimas de esta revolución serán, sin duda, la libertad y la democracia, mientras no encontremos mecanismos nuevos de...

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