El reino del dragón del trueno

AutorMaría Daniela Zavala

Fotos: David De Vleeschauwer

Se llama a sí mismo 'El destino del Nuevo Milenio'. Muchos lo llaman 'el último Shangri-la' o 'el verdadero Shangri-la'. Lo cierto es que el Reino de Bután, escondido en el corazón de la cordillera del Himalaya, es una de las naciones más aisladas del mundo y uno de los destinos turísticos más exclusivos.

Con una vida cotidiana cuyas raíces se arraigan profundamente en su budismo, Bután reta a los incrédulos. Mientras el mundo exterior mide y busca incrementar el Producto Interno Bruto, los butaneses se preocupan por acumular la Felicidad Interna Bruta, la cual -según explican ellos mismos- se consigue a través de un gobierno honesto, la protección de las tradiciones, la preservación del medio ambiente y el desarrollo sostenible.

Si bien es cierto que suena como un eslogan bonito pero inalcanzable, los habitantes de este país, cuyo nombre oficial es Druk Yul -que significa la Tierra del Dragón del Trueno- se toman muy en serio el concepto de Felicidad Interna Bruta y demuestran con orgullo a los visitantes que sí es posible.

"Queremos que el mundo conozca nuestro reino, pero para nosotros es muy importante proteger nuestra cultura e identidad. Somos diferentes y eso nos enorgullece", explica Lotay, un butanés de 32 años, de ojos almendrados, actitud serena y tímida sonrisa.

Su cabello está perfectamente engominado, y su delgada figura viene cubierta por un elegante "Gho", el atuendo tradicional masculino que consiste en una bata hasta las rodillas, sujetada con cinturón y plegada de tal manera que forma un gran bolsillo en el área de la cintura.

"Y aquí guardo de todo, desde la billetera hasta alguna compra del mercado. Es muy útil", cuenta Lotay con su inglés impecable.

Nacido y criado en Bután, Lotay se mudó a Estados Unidos para hacer un posgrado en Desarrollo Sostenible Internacional. Esta experiencia lo acercó al mundo occidental, pero no le hizo perder la conexión con su tierra.

"Es muy raro el Butanés que viaja al exterior y no regresa. Siempre volvemos a nuestro hogar, ¡este es el reino de la felicidad!", asegura el joven, quien ciertamente no parece extrañar los avances tecnológicos del occidente.

Mientras que en México la radio hizo su aparición en la década de 1920, a este remoto reino "de la felicidad" llegó en 1973. La televisión e Internet llegaron apenas el 3 de abril de 1999, y el primer periódico hizo su debut en 2008.

"Bután se está modernizando. El cambio es necesario e inevitable, pero creemos que podemos conseguir un desarrollo sostenible manteniendo nuestras costumbres y sobre todo estando en armonía con la naturaleza", agrega Lotay, dejando en claro que para los butaneses el "Go Green" no es una campaña ambientalista de moda, sino un estilo de vida.

El fuerte vínculo de responsabilidad que los butaneses tienen con la naturaleza llega al punto que en este país se regula muy estrictamente el uso de las bolsas de plástico y se prohíbe el montañismo profesional para no perturbar a los espíritus que, de acuerdo con sus creencias, habitan en las cimas.

Las plantas y los animales tienen los mismos derechos que las personas en Bután. Los habitantes del valle Punakha prefieren usar paneles solares que electricidad para evitar que los postes de luz espanten la visita de grullas de cuello negro que llegan al reino todos los años desde Tíbet durante el invierno.

Los butaneses también reciben con sonrisas y mucha curiosidad a los extranjeros. A diferencia de las grullas de cuello negro, los turistas tienen que adaptarse a las reglas de este peculiar reino, que establecen, por ejemplo, el uso obligatorio de un operador de turismo registrado y el pago de una tarifa mínima de 250 dólares por día por persona.

Bienvenidos visitantes... pero no tantos

El turismo a cuentagotas es la estrategia usada por Bután para preservar sus tradiciones y su identidad nacional. A pesar de las regulaciones, Bután tiene cada vez más visitantes.

"Bután, el Destino del Nuevo Milenio", dice un letrero en el único aeropuerto internacional de Bután ubicado en la ciudad de Paro, un valle ubicado a unos 2 mil 280 metros sobre el nivel del mar.

Fuera de la terminal, los alrededores son verdes y montañosos imponiéndose el Monte Chomolhari. Antiguos monasterios se elevan enigmáticos entre la bruma mañanera, mientras casas con delicadas flores e intrigantes falos pintados en las fachadas están dispersas por el vasto valle.

Aquí predomina el resonar del río Paro Chhu y los rezos de los monjes. Deambulando por las limpias calles del casco histórico de la ciudad, los hombres desfilan sus elegantes "gho" y las mujeres modelan la tradicional "kira", una falda que las cubre hasta el tobillo, y una chaqueta corta.

En este reino, nadie parece tener apuro alguno. Todos sonríen, conversan con los vecinos, mascan Doma Pani (nuez de areca y hoja de betel que colorea sus...

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