La recuperación de la equidad

AutorJohn Lewis Gaddis
Páginas190-235
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V. LA RECUPERACIÓN DE LA EQUIDAD
Pues un hombre que desea hacer profesión de
bien en todos los respectos, debe llegar a la
ruina entre tantos que no son buenos. Por tan-
to, es necesario para un príncipe, si desea
man tenerse, aprender a ser capaz de no ser
bue no y de usar esto y no usarlo, según la ne-
cesidad. NICOLÁS MAQUIAVELO¹
Para la dirigencia soviética, semejante derrum-
be fatal […] llegó como una sorpresa desagra-
dable […] Había perplejidad en las mentes de
los líderes del Kremlin, que no conseguían en-
tender la mecánica de cómo un poderoso pre-
sidente podía ser forzado a la renuncia por
presión pública y un procedimiento judicial
complejo basado en la Constitución norteame-
ricana, todo por lo que juzgaban una falta se-
cundaria de conducta. La historia soviética no
conocía ningún paralelismo.
ANATOLY DOBRYNIN²
LA CRISIS de Watergate sorprendió a Nixon, así como al emba-
jador soviético y a la dirigencia del Kremlin. ¿Cómo podía el
hombre más poderoso del mundo ser derribado por lo que su
propio vocero de prensa describía como “una ratería de terce-
ra clase”, identi cada sólo porque los ladrones habían escar-
bado en la cerradura de una puerta horizontalmente y no ver-
ticalmente, de modo que el  nal de la cinta era visible para un
guardián de seguridad de un cementerio? El descubrimiento
1 Nicolás Maquiavelo, The Prince, traducido por Harvey C. Mans eld, 2a. ed.
(Chicago: University of Chicago Press, 1998), p. 61.
2 Anatoly Dobrynin, In Con dence: Moscow’s Ambassador to America’s Six
Cold War Presidents (1962-1986) (Nueva York: Random House, 1995), p. 316.
LA RECUPERACIÓN DE LA EQUIDAD 191
de una entrada en el cuartel general del Comité Nacional De-
mócrata en el edi cio de Watergate en Washington poco des-
pués de la 1:00 a.m. del 17 de junio de 1972, puso en movimien-
to una serie de sucesos que obligarían a la primera renuncia
de un presidente norteamericano. La desproporción entre el
agravio y sus consecuencias dejó incrédulo a Nixon: “Toda la
terrible paliza que hemos recibido —se lamentó para sí mismo
poco después de abandonar el cargo— es realmente diminuta
cuando se compara con lo que hemos hecho, y lo que pode-
mos hacer en el porvenir, no sólo por la paz en el mundo sino,
indirectamente, para realizar el bienestar de la gente por
doquier”.³ Tal vez, pero lo que reveló también Watergate fue
que los estadunidenses ponían el imperio de la ley por encima
de esgrimir el poder, por meritorios que fueran los propósitos
para los que se usaba el poder. Los  nes no siempre justi ca-
ban los medios. El poder solo no daba la razón.
“Pues bien, cuando el presidente lo hace, esto signi ca que
no es ilegal”, explicaría después Nixon, en un vano intento por
justi car las cintas grabadoras y las irrupciones que había au-
torizado en un esfuerzo por tapar grietas en su administra-
ción, con respecto a la actitud en la Guerra de Vietnam. “Si el
presidente, por ejemplo, aprueba algo en virtud de […] la segu-
ridad nacional, o en este caso a causa de una amenaza a la paz
y el orden internos de magnitud signi cativa, entonces la deci-
sión del presidente […] permite a aquellos que la realizan ha-
cerlo sin violar una ley.”4 Esta pretensión no era nueva. Todo
ejecutivo en jefe desde Franklin D. Roosevelt había sanciona-
do actos de legalidad dudosa en favor de la seguridad nacional
y Abraham Lincoln lo había hecho más  agrantemente que
ninguno de ellos a  n de preservar la unidad nacional. Nixon,
sin embargo, cometió varios errores que fueron claramente
suyos. El primero fue exagerar el problema que se le enfrenta-
ba: la fuga de The Pentagon Papers hacia el New York Times no
era una amenaza comparable con la secesión en 1861, o la
perspectiva de subversión durante la segunda Guerra Mundial
3 Richard M. Nixon, RN: The Memoirs of Richard Nixon (Nueva York: Gros-
set and Dunlap, 1978), p. 1018.
4 Entrevista con David Frost, 19 de mayo de 1977, http://landmarkcases.
org/nixon/nixonview.html.
192 LA RECUPERACIÓN DE LA EQUIDAD
y los comienzos de la Guerra Fría. El segundo error de Nixon
fue emplear agentes tan torpes que se dejaron atrapar. Y su
ter cera equivocación —la que concluyó su presidencia— era
mentir acerca de lo que había hecho, en un fútil intento de ta-
parlo.5
Watergate podía haber quedado en episodio de la historia
interna de los Estados Unidos, salvo por una cosa: las distin-
ciones entre posibilidad y rectitud empezaban también a afec-
tar el comportamiento de las superpotencias de la Guerra Fría.
Los últimos años de la administración Nixon señalaron el pri-
mer punto en el que los Estados Unidos y la Unión Soviética
encontraron constreñimientos que no sólo venían del empate
nuclear, o del fracaso de las ideologías para dar lo que habían
prometido, ni de retos armados por los engañosamente “débi-
les” contra los aparentemente “fuertes”. Vinieron también aho-
ra de una insistencia creciente en que el dominio de la ley, o
cuando menos las normas básicas del decoro humano, debían
gobernar las acciones de los Estados, así como las de los indi-
viduos que residían dentro de ellos.
I
Se había con ado desde hacía mucho en que la fuerza sola no
siempre daría forma a las relaciones entre naciones. “El máxi-
mo problema para la especie humana —escribió el  lósofo Im-
manuel Kant, ya en 1784— es el de alcanzar una sociedad civil
que pueda administrar justicia universal.”6 Woodrow Wilson
aspiraba a que la Liga de Naciones impusiera sobre los Es ta dos
algunos de los mismos constreñimientos legales que los Es ta-
dos, cuando menos los más progresistas, imponían a sus pro-
pios ciudadanos. Los fundadores de las Naciones Unidas lo pla-
nearon a  n de reparar las numerosas de ciencias de la Liga,
5 Para una historia breve de la crisis Watergate, véase Keith W. Olson, Wa-
ter gate: The Presidential Scandal that Shook America (Lawrence: University
Press of Kansas, 2003).
6 “Idea for a Universal History with a Cosmopolitan Purpose”, en Hans
Reiss, ed., Kant: Political Writings, traducido por H. B. Nisbet, 2a. ed. (Cam-
bridge: Cambridge University Press, 1991), p. 45.

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