La recepción del pensamiento político humanista

AutorQuentin Skinner
Páginas226-255
226
VIII. LA RECEPCIÓN DEL PENSAMIENTO
POLÍTICO HUMANISTA
LOS HUMANISTAS COMO CONSEJEROS
Además de desarrollar los aspectos técnicos del humanismo italiano, los hu-
manistas del Norte revelan la profunda infl uencia de sus predecesores del
quattrocento en su enfoque a los problemas más generales del pensamiento
político y social. La prueba más obvia de esta continuidad de visión nos la
ofrece la gama de géneros literarios que, característicamente, emplearon. Si-
guieron aceptando la establecida creencia humanista en que los vínculos en-
tre la sana cultura y el sano gobierno eran sumamente íntimos. Por tanto,
siguieron produciendo sistemáticos tratados educativos, elaborando con el
menor detalle el tipo de preparación que debía darse en los studia humanita-
tis a aquellos de quienes se esperaba que desempeñaran una parte preponde-
rante en los asuntos del gobierno. Los dos escritores que mayor infl uencia
tuvieron en sus aportaciones a esta tradición fueron Sadoleto y Vives, los
cuales publicaron, ambos, sus obras principales a comienzos del decenio de
1530. Juan Luis Vives (1492-1540), un caballero español, fue profesor de hu-
manidades en Lovaina en 1519, donde completó su libro De la educación en
1531 (Noreña, 1970, pp. 57-58, 116). Jacopo Sadoleto (1477-1547), distingui-
do erudito bíblico así como miembro destacado de la curia pontifi cia, publi-
có su relato, un tanto similar, sobre La recta educación de los jóvenes en 1534
(Douglas, 1959, pp. 14-53). En adelante, un gran número de obras del mismo
carácter general siguió apareciendo a lo largo de todo el siglo XVI, incluyendo
manuales tan célebres cómo El maestro de escuela, de Roger Ascham (1515-
1568), quien durante el decenio de 1540 fue preceptor de la futura reina Isa-
bel.1 La infl uencia del género como tal fue inmensa: ayudó a establecer una
pauta de instrucción y un ideal de conducta que fue generalmente admirado
al menos durante los tres siglos siguientes.
Los humanistas del Norte también hicieron un uso difundido del género
de espejo para príncipes, publicando gran número de tratados en que anali-
zaban la educación de los gobernantes junto con los principios del gobierno
virtuoso. Cierto es que sorprendentemente pocas obras de esta naturaleza se
escribieron en Inglaterra, pero no cabe duda de que alguna de las más im-
1 Para un análisis de algunos otros tratados educativos ingleses de fi nales del siglo XVI, véa-
se Woodward, 1906, pp. 296-322. A la lista de Woodward podríamos añadir las obras de Hugh
Rhodes (c. 1550), Francis Seage (1557) y Richard Mulcaster (1581).
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portantes se produjeron en Francia, Alemania y España en el curso del si-
glo XVI. En Francia, Josse Clichtove (1472-1543), discípulo de Lefèvre d’Etaples
y prolífi co escritor sobre gramática y retórica, publicó una obra sobre El ofi -
cio de rey en 1519. El mismo año, Guillaume Budé, el más grande adalid de
los humanistas franceses, completó su propia obra vernácula, La educación
del príncipe, y la presentó a Francisco I (McNeil, 1975, pp. 37-38). Similar
tradición se mantuvo con vida durante la siguiente generación en España y
Portugal. Jerónimo Osorio escribió sobre La educación y preparación de un
rey, durante el decenio de 1540, y Felipe de la Torre dedicó un ensayo sobre
La Institución de un Rey christiano a Felipe II en 1556 (Bataillon, 1937, p. 671).
Pedro de Ribadeneyra publicó su escrito antimaquiavélico Tratado de la reli-
gión y virtudes que debe tener el príncipe cristiano en 1595, y Juan de Mariana
publicó su tratado sobre Del rey y la institución real en 1599. Por último, el
mismo periodo presenció la publicación de numerosos libros de consejos
para príncipes en Alemania. Jacob Wimpfeling (1450-1528), uno de los más
destacados popularizadores del temprano humanismo alemán escribió El
epítome de un buen príncipe, durante el reinado de Maximiliano (Spitz, 1963,
pp. 41-43). Johann Sturm (1507-1589), que se hizo famoso como fundador
del gymnasium humanista de Estrasburgo, y que mantuvo correspondencia
con Ascham sobre cuestiones de reforma educativa, completó su tratado so-
bre La educación de príncipes, en 1551. Y Erasmo produjo la obra que acaso
tuviera mayor infl uencia de todos estos manuales, cuando presentó su ver-
sión de La educación de un príncipe cristiano al futuro emperador Carlos V en
1516 (Phillips, 1949, pp. 126-127).
Buen número de humanistas también escribieron libros de consejos en
que se dirigieron no sólo a reyes y príncipes, sino también a sus cortesanos,
nobles, consejeros y magistrados. También aquí están prolongando una pau-
ta ya establecida de la escritura política italiana, pauta ejemplifi cada por El
cortesano, de Castiglione. Uno de los tratados más completos de esta índole
fue El reloj de príncipes, de Antonio de Guevara, publicado por primera vez
en 1529 y traducido al inglés por Thomas North en 1557 (Redondo, 1976,
p. 57). Aunque el título de Guevara parece indicar una obra al estilo de los
espejos para príncipes, al comienzo del libro II pone en claro que en realidad
su consejo se dirige a los “grandes señores” y otros servidores de príncipes,
así como para éstos (fol. 80a). El otro manual más importante de este tipo
fue el Libro nombrado el gobernador, de sir Thomas Elyot (c. 1490-1546), que
apareció por primera vez en 1531.2 El hecho de que Elyot dependiera de
2 Lehmberg, 1960, pp. 45-49 acusa a Elyot de incoherencia al ofrecer su consejo tanto a los
gobernantes como a otros “gobernadores”, y propone una reconstrucción conjetural del proceso
de composición de Elyot para explicar esta supuesta inconsistencia del plan de la obra. Sin em-
bargo, puede sostenerse que la explicación es ociosa, pues es obvio que Elyot, como Guevara,
estaba siguiendo un reconocido conjunto de convenciones al dirigirse a estos dos públicos dife-
rentes.

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