El rapto (II y final)

AutorSamuel Máynez Champion

Vayamos ahora a los últimos años de la década de 1870, de nuevo en Saltillo, al tiempo en que Margarita retoma el hilo de sus actividades al frente de la Academia Santa Cecilia. Huelga decir que a raíz del suceso avendría un luto perpetuo y un envejecimiento precoz. Debemos asumir que en la música encontró la fuerza para no decaer y que su reciedumbre anímica la ayudó a preservar la cordura.

Una tarde, perdida la esperanza de volver a ver a su niña y su marido, la desconsolada mujer optó por deshacerse de las vestimentas de éste que yacían aún en el ropero -es de apuntar que sí conservó el violín dejado por su ex- dirigiéndose aun centro de asistencia para desposeídos. El destino quiso que en ese preciso momento acudiera también un caballero que iba a donar más ropa usada. Podemos recrear la escena: Margarita carga el bulto con gesto lúgubre y las palabras que emite al entregarlo son sombrías. Al observarla, el caballero queda intrigado y se siente atraído por ella ya que, a pesar de la pena, la nobleza de su rostro seguía llamando la atención.

Para abundar, en el diálogo inicial brotó algún piropo que la pianista aceptó de buen grado hasta que el caballero tomó la iniciativa de invitarla a dar un paseo por La Alameda. Con entendibles reticencias, la maestra condescendió a darse una oportunidad, permitiendo que se estableciera la comunicación con este hombre que, sin imaginarlo, habría de rescatarla de su infortunio. Ignoramos cuánto tiempo debió transcurrir para que Margarita venciera sus miedos, dejando que el encuentro casual su convirtiera en noviazgo; sin embargo, el desarrollo amoroso cundió y la nueva unión quedó firmada en actas. En ellas se estipuló que el señor Eduardo Máynez, de profesión boticario, desposó a Margarita y que el contrato matrimonial se celebró en el Registro Civil de Saltillo.

Lo siguiente que sabemos de la pianista es que, por instancias de su novel consorte, se mudó a una ciudad cercana que le facilitaría dejar atrás los fantasmas del pasado. La elección cayó en un oasis urbano que surge en medio del desierto. Ahí, en Parras de la Fuente, Margarita volvió a sentirse viva, y además de abrir una tienda de música, accedió a que vinieran los retoños de su nuevo amor. Primero fue Ana Carlota, otra infanta de ojos claros y pelo rubio, y le siguieron dos niñas más. Vinieron después tres varones en fila, Ricardo, Samuel y Eduardo, completándose la progenie con otros dos crios, Alberto y María. En la flamante morada...

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