Rafael Segovia / Feminismo y decisión

AutorRafael Segovia

Nos acercamos al límite. Ni los señores del Tucom ni el interesado en contener a sus enemigos pueden seguir posponiendo el problema que se multiplica con el paso de los días, con los rumores, las explicaciones no pedidas y los deseos malamente escondidos. Crece la sombra de la profesora, amenazante ya no se sabe para quién.

Como si fueran una de esas universidades particulares que crecen como hongos, los candidatos y partidos se van de vacaciones en espera de coyunturas más favorables, de un fallo de la Suprema Corte que acerque a los candidatos excluidos por la ley. Los hay excluidos por la ley y también excluidos por la costumbre. La intención de proteger a los partidos políticos de los candidatos fantasiosos es aceptable en cuanto busca la protección de las instituciones democráticas e imponer algún límite a los gastos desenfrenados de las elecciones nacionales. La costumbre sigue manteniendo a las mujeres eliminadas de las competencias electorales decisivas: se les reservan puestos con frecuencia humillantes, carentes de importancia política y social, marcados por esa aura un tanto despectiva que acompaña en nuestras culturas a todo lo femenino.

Las culturas latinoamericanas heredaron de la península ibérica -los portugueses en el tema no se quedan atrás- el machismo europeo. Toda Europa era machista en el siglo XVI y siguientes. En este continente floreció esa intolerante actitud, mezcla de pretendida superioridad y de debilidad real, exhibida por el latino en general -entiendo por latino cualquier cosa menos descendencia del pensamiento de la Roma imperial-. El siglo XVIII al menos en ese campo civilizó al mundo europeo. No se ha vuelto a producir nada comparado con los salones de París en aquel siglo, ni han tenido las mujeres una influencia comparable a aquellas que dirigían la vida intelectual de Europa, desde sus boudoirs o desde sus camas. El pseudo-puritano siglo XIX, con sus poderes jesuíticos, bancarios e industriales, las redujo a su condición original, las envolvió en unos ropajes tan feos como incómodos: la belleza neoclásica, con sus semidesnudos, sus muselinas y sus sedas, no se atrevió a regresar hasta pasada la Primera Guerra Mundial. De entonces en adelante, el papel de la mujer en las sociedades contemporáneas más avanzadas ha progresado, se ha afirmado y todo indica que irá en aumento... menos cuando retroceda.

El mundo político sigue siendo reticente. La derecha, los partidos conservadores, mantienen las puertas...

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