Prólogo

AutorErnesto Soto Reyes Garmendia
Páginas13-20
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Prólogo
Se ha convertido en un lugar común decir que el poder personal de los
presidentes mexicanos que gobernaron entre 1934 y 2000 llegaba a su plenitud
en el momento en que designaban a su sucesor, cuando el jefe de Estado en turno
expresaba su apoyo a un integrante de su gabinete para que fuera postulado por
el partido oficial como candidato a la Presidencia de la República. Cuando
le tocó ejercer esta suerte de voto de calidad al presidente Lázaro Cárdenas
del Río en 1939, no pocos esperaban que el designado sería un hombre de
izquierda, específicamente Francisco J. Múgica, quien parecía ser garante de la
continuidad y la profundización de la obra del michoacano. Sin embargo el
presidente optó por quien había sido su secretario de la Defensa, el general
Manuel Ávila Camacho. La decisión de Cárdenas fue lamentada por muchas
personas, inconformes con el giro a la derecha que experimentó el régimen de la
revolución a partir de diciembre de 1940. Una parte de la izquierda mexicana
llegó a considerar ese año como el punto donde la revolución perdió el rumbo
definitivamente al alejarse de los ideales populares y radicales representados
por líderes como Emiliano Zapata, Francisco Villa y el propio Cárdenas.
Años después, en 1961, Cárdenas señaló que se le atacaba por no haber
nombrado candidato a un radical como Múgica. Justificó su decisión como un
“resultado de la lucha electoral de entonces” y de los “problemas de carácter
internacional”. Eso se ha interpretado en el sentido de que un gobierno más

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