Postguerra

AutorJosé C. Valadés
Páginas297-338
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Capítulo XXXIX
Postguerra
CONSECUENCIA DE LA GUERRA
No requirió el general Ávila Camacho de muchos esfuerzos para
sembrar la confianza de su gobierno en todos los ámbitos de la na-
ción, principalmente entre los individuos de medianos recursos eco-
nómicos, como en los medios de los grandes intereses; y esto se
debió a que si no existía ningún desquiciamiento en la economía
nacional, sí existían tantas dudas sobre el porvenir de ahorradores,
propietarios y empresarios mercantiles, que éstos tenían sembrada
la República de supuestos temores y amenazas.
A desvanecer tales eventualidades y supercherías sirvió la política
de democracia internacional guiada por el licenciado Padilla, de una
parte, de otra parte, las fórmulas conciliatorias del secretario de Go-
bernación Miguel Alemán, quien no obstante las desafiantes maneras
con que procedían los radicales y comunistas, que para los aprove-
chamientos del partido izquierdista extremo hicieron de la expro-
piación petrolera una ortodoxia aparentemente de pura cepa nacio-
nalista; las formulas conciliatorias de Alemán, se dice, fijaron que los
capitalistas norteamericanos podían contribuir al desarrollo de la in-
dustria petrolera; y en efecto, si el gobierno alentaba al inversionista de
Estados Unidos, no se hallaba razón ni ley que excluyera a la indus-
tria dicha, del crédito norteamericano, sobre todo por corresponder
los hidrocarburos a un mercado internacional, del cual no podía
desligarse más que en el orden de la administración doméstica.
El presidente Ávila Camacho acompañado, entre otros, por su secretario de Gobernación, Miguel Alemán, y Ángel Carvajal
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Esta explicación sobre el inversionista fue circundada por leyes,
con el objeto de promover nuevas empresas, y con esto, el gobierno
expidió la destinada a la industria de transformación, que abrió nue-
vos horizontes a la manufactura; quedó asimismo reformada la ley
de instituciones de crédito y organizaciones auxiliares. Se regla-
mentó también el régimen del banco para el pequeño comercio, y se
dieron nuevos sistemas legales a la navegación de cabotaje, a las
instituciones de seguros, a las compensaciones de emergencias, al
salario insuficiente y turismo, así como se iniciaron los trabajos ofi-
ciales para organizar una idea que no era propia de México; que no
tenía tradición ni antecedentes nacionales, porque advertida su uti-
lidad social, los caudillos políticos consideraron oportuno ponerla
en marcha. Tal idea, ya materializada, constituyó el establecimiento
de seguro social.
Esta obra, sin embargo, era pequeña para rehacer una tempo-
rada perdida con reuniones multitudinarias, promesas populistas,
ensayos económicos, experiencias de colectivizaciones agrarias y
agrupamientos sindicales; también, para el caso de que México tu-
viese que ser parte efectiva, como ya estaba a la vista, de la guerra
mundial. Esto último se acrecentaba, porque la pregunta de cuál se-
ría la contribución mexicana en la conflagración golpeaba con fuerza
el pensamiento de la gente, pues si de un lado había posibilidad de
que México diese sangre a la guerra, de otro lado los recursos del
trabajo y de la riqueza estaban tan mermados, que hacía temer que
el compromiso de la solidaridad americana tuviese más adelante el
carácter de una pesada carga o responsabilidad para el país.
El presidente, con satisfacción, había hecho saber al Congreso de
la Unión (1 de septiembre) que en el primer semestre de 1941, las
recaudaciones del fisco sumaban 268 millones de pesos, lo cual ha-
cía exacta una mejoría de la hacienda pública, estando el gobierno en
aptitud de reanudar el pago de la antigua deuda exterior, reabriéndo-
se así las puertas de crédito en Estados Unidos, que era la única

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