PLAZA PÚBLICA / La violencia ya estaba allí

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Los últimos candidatos presidenciales a quienes se privó de la vida en México fueron los generales Francisco Serrano y Arnulfo Gómez. No cayeron, como Luis Donaldo Colosio, víctimas de un pistolero. Se les fusiló, pero sin juicio previo, lo que equivale a un asesinato, porque no estaban propiamente levantados en armas. Serrano, en realidad no era todavía un candidato, pues no lo había postulado partido alguno, pero su fuerza entre militares lo hacía un aspirante viable. Quizá el presidente Calles y el general Obregón, habilitado por una reforma constitucional para volver a la Presidencia, se adelantaron a las propias intenciones de Serrano (que no tenía más camino que la insurrección) y lo hicieron detener en Cuernavaca y fusilar, el 3 de octubre de 1927, en Huitzilac, junto con algunos de sus partidarios. El general Gómez huyó y sostuvo algunas escaramuzas con sus perseguidores, pero no fue muerto en combate. Se le hizo prisionero y el 5 de noviembre siguiente, cerca de Coatepec, Veracruz, en cumplimiento de instrucciones presidenciales fue pasado por las armas. Gómez había sido ungido candidato por el Partido Nacional Antirreeleccionista, organizado para oponerse a Obregón, y que dos años después postularía a Vasconcelos.

Por la forma en que Colosio fue ultimado, su fin se asemeja al del general Obregón, ya que en cada caso un hombre se aproximó a los sonorenses escogidos como blanco. José de León Toral simulando ser un caricaturista y Mario Aburto Martínez como un manifestante más en torno de Colosio, se acercaron a sus víctimas y los asesinaron. Toral quiso hacer creer, primero con su obstinado silencio, y luego con medias verdades, que había actuado solo. Y si bien los historiadores no han llegado a comprometerse con una verdad última, hay un buen número de indicaciones de que Toral fue un involuntario instrumento no de la causa católica a la que expresamente estaba afiliado en la hora de la persecución, sino de una lucha intestina por el poder en la familia revolucionaria. Son abundantes los datos que entonces y ahora conducían a la figura de Luis N. Morones como el autor intelectual del crimen. Tan fuerte era la creencia generalizada en tal sentido, que el presidente Calles tuvo que pedir a Morones su renuncia a la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo de que era titular.

Obregón era candidato triunfante a la Presidencia. Los comicios se habían efectuado dos semanas antes de su muerte, y no había sido aún declarado Presidente electo, pero lo era virtualmente. El Centro Director Obregonista, que conjuntó el esfuerzo de los partidos que proclamaron el retorno del caudillo, emitió el mismo día del asesinato una declaración en que denunciaba "ante la conciencia...

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