Plaza Pública / Generales fuera de lugar

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

En una misma semana, dos generales del Ejército mexicano hicieron actos de presencia pública de modos ajenos a su rango y función, en desplazamientos que muestran riesgosas salidas de miembros de las Fuerzas Armadas de los ámbitos que las leyes les fijan. Se trata del general de brigada médico cirujano Rodolfo Carrillo Luna, director general de Sanidad Militar de la Secretaría de la Defensa Nacional, y del general retirado Jorge Justiniano González Betancourt, diputado panista, presidente de la Comisión de Defensa de su Cámara.

El primero acudió uniformado a un acto de naturaleza religiosa aunque tuviera la apariencia de una reunión civil y aun científica. Era el Tercer Congreso Internacional Pro Vida, organizado por el comité de igual nombre encabezado por Jorge Serrano Limón. La figura principal en el congreso fue el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, del Vaticano, es decir un cercano colaborador del Papa Benedicto XVI.

En la inauguración, el sábado 24 apareció un pelotón militar escoltando a la bandera para rendirle honores. La presencia castrense fue minimizada por Serrano Limón, quien explicó que solicitaron ese servicio y simplemente les fue autorizado, como se haría con toda agrupación que lo pidiera. Con todo y ser llamativa, no era la escolta la que importaba, aunque su presencia es insólita. La relevante es la de superiores suyos, entre ellos el general director de Sanidad Militar.

Como ciudadano el general Carrillo Luna tiene plenos derechos a acudir a cuanta reunión le plazca y, si fuera el caso, a practicar la religión que lo persuada. Más todavía, en su carácter de médico cirujano sería entendible que se interesara en una reunión donde el tema principal era el aborto, un fenómeno que tiene características de interés para un profesional de la medicina. Pero de haber actuado al margen de su condición castrense, Carrillo Luna hubiera debido asistir vestido de civil, para explayarse como tal en el Congreso. Pero al acudir uniformado, junto con compañeros y subalternos igualmente vestidos reglamentariamente, su presencia se convirtió en un mensaje de cercanía y aun solidaridad con los pareceres del Congreso. La consecuencia, que no es reducción al absurdo, es que habría ocurrido un acto de identificación entre el Ejército y la Iglesia Católica (organizadora del evento) que nos remitiría al siglo XIX, a la etapa previa a la consolidación del Estado nacional laico y...

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