Plaza Pública/ El Congreso contra sí mismo

AutorMiguel Angel Granados Chapa

IMPOSIBLE SUSTRAERSE A LA APABULLANTE PRESENCIA DEL ATQUE CONTRA IRAQ Y a sus antecedentes y consecuencias. No hace falta, por evidente, calificar de gravísima la guerra misma, por la feroz destrucción que está causando (y eso que al mediodía del sábado aún no comienza su fase más aguda, la de alcance plenamente masivo) y por la pérdida de vidas humanas, tanto de agredidos como de atacantes. Hasta ahora no son muchas, se dirá, y hasta habrá quien alabe la "limpieza" de los bombardeos, que "sólo" destruyen blancos materiales y sólo por derivación involuntaria causan víctimas civiles.

Tan indignante como es la guerra lo son su causa y el modo en que se decidió, al margen de la ONU (lo que ha significado su parálisis, anticipo de su desmantelamiento), y aun en contra de ese organismo, pues en el Consejo de Seguridad y en la asamblea general predominaba el ánimo de lograr el desarme de Iraq por la vía pacífica, cuyos resultados estaban siendo evidentes. Estados Unidos inauguró en los hechos un nuevo orden internacional, cuyas reglas fija exclusivamente ese País, que dotó ya de eficacia a la guerra preventiva, susceptible de lanzarse contra cualquier País, pues el atacante resuelve de qué riesgo, por remoto que sea, es preciso precaverse.

Multitudes en todo el mundo han desfilado por las calles durante esta semana. Saber que priva en sus manifestaciones un elevado sentimiento ético, contrario no sólo a la violencia sino a la arbitrariedad que la decide, suscita reflexiones y emociones que compensan las que en sentido contrario provoca la estéril comodidad en que se instalaron los Gobiernos de esa gente que por doquier proclama la paz y repudia el ataque a Iraq. Los Gobiernos, aun los más enfáticos opositores a aplicar ahora las "graves consecuencias" con que la ONU advirtió a Bagdad, se doblegaron ante el hecho consumado y observan impasibles la destrucción de un país que en un ulterior episodio puede ser cualquiera de ellos, cualquiera, y no sólo un notorio infractor de la ley internacional como Iraq. Sin siquiera condenar la decisión estadounidense, igualmente contraria al derecho de gentes, si acaso lamentándola, se han retirado cómodamente a esperar que la guerra termine. Si eso ocurre pronto, como suponen alborozados los mercados bursátiles, que reaccionan al alza por esa presunción, o si ocurre tarde, o nunca, no parece importar a nadie.

Se alivia la mala conciencia hablando ya de etapas posteriores al ataque militar, como la reconstrucción y antes, la ayuda humanitaria a las víctimas, como si no fuera obvio que el principal y primer auxilio humanitario que debe dispensarse a la nación invadida es el de hacer que la agresión cese.

La dejadez, el pasmo, el conformismo que se han apoderado de los Gobiernos -o quizá el temor...

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