Cuando "Perro aullando a la luna", de Tamayo, cobró vida

AutorArmando Ponce y Niza Rivera

Rufino Tamayo siempre añoró tener de vuelta Perro aullando a la luna (1942), óleo que Sotheby's de Nueva York subastó el día 14 por cinco millones de dólares. De manera simbólica, Olga Tamayo le cumplió el deseo al artista cuando, recién fallecido, adquirió para el Museo Tamayo Arte Contemporáneo una reproducción escultórica de esa pieza.

La creación, Un viaje de regreso, de Alfonso de Pablos Vélez, estuvo expuesta afuera del recinto por más de veinte años. Un día desapareció, y en el recinto no se sabe nada.

En el Palacio de Bellas Artes, al morir (24 de junio de 1991), Tamayo recibió inmediatamente un gran homenaje, pero hubo otro, el que el escultor da a conocer hoy: El homenaje popular realizado con el apoyo de Olga, la escultura que simbolizó la travesía del artista oaxaqueño por el Mictlán prehispánico antes de morir.

De Pablos Vélez, mexicano graduado de la Escuela Superior de Diseño Textil en Barcelona, España, y radicado en Xalapa, Veracruz, narró a Proceso el origen de su homenaje encarnado en Un viaje de regreso, reproducción en placa de acero de Perro aullando a la luna (1942).

Todo surgió en la inauguración de la Galería del Estado en Xalapa, Veracruz, el 24 de mayo de 1991, a la cual asistieron Rufino y Olga Tamayo una de las últimas apariciones públicas del artista, pues justo un mes después falleció.

Para De Pablos, la singular historia está llena de significados remitidos a la cosmovisión prehispánica que llevó al perro creado por Tamayo a acompañar los últimos pasos de su creador:

Para mí Tamayo fue un personaje que miró de otra manera la cosmovisión me-soamericana, y de ahí surgió esa búsqueda en ese momento por honrar su memoria.

Tras recorrer la Galería del Estado después de la muerte del pintor, De Pablos pensó en acercarse a doña Olga para decirle que buscaba hacerle el homenaje al artista. Investigó su dirección y así llegó a la casa de San Ángel de la Ciudad de México el 26 de junio de 1991:

No sé quién estaba más asombrado cuando me presenté, si doña Olga porque había llegado pidiendo verla así de la nada, o yo porque me habían dejado pasar a verla, así, sólo pidiendo por ella.

Tras describir la casa de los Tamayo, que incluía entre muchos detalles una espectacular rana labrada en piedra frente al desayunador, y una sala-comedor inigualable cuya estructura arquitectónica se abría hasta dejar ver el jardín -en cuyo centro sobresalía una escultura hecha por el oaxaqueño entre los muros verdes de hiedra-, frente a frente con Olga, el escultor le dijo:

"Busco, le dije, hacer un homenaje y pienso en el 11 de julio -en pleno Eclipse Total...

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