La pederastia evidencia la crisis sistémica de la Iglesia

AutorBernardo Barranco

Es cierto que la crisis mediática de la pederastia clerical estalla con fuerza bajo el pontificado de Joseph Ratzinger. La Iglesia católica fue severamente exhibida por la opinión pública mundial. Años después, en el libro Conversaciones finales (2016), Benedicto XVI reconoció con su biógrafo oficial, Peter Seewald, que los escándalos de pederastia fueron el mayor tormento de su pontificado. El Papa emérito enfrenta a sus 94 años un duro juicio de la historia.

Ahora el protagonismo es de las víctimas. Salieron del silencio para testimoniar las perturbadoras patologías sexuales de aquellos que aspiran a salvar almas. Las víctimas revelan una realidad aterradora; es decir que no se trata de casos aislados, fenómenos localizados ni manzanas podridas en un cesto sano contra las que hay que tomar medidas. Estamos ante una crisis sistémica y global que pone en entredicho el funcionamiento de una institución, en contradicción con el mensaje que pretende transmitir. Hay una discrepancia flagrante con la actitud y el mensaje de Jesús. El comportamiento institucional de encubrimiento contradice el profundo legado ético y religioso de los Evangelios.

La pederastia clerical es ante todo un acto criminal. Uno de los crímenes más despreciables que la sociedad a escala mundial ha descubierto con horror. La pe-docriminalidad, usando la expresión francesa, es la profanación y el sometimiento del cuerpo de un menor para satisfacer las patologías sagradas. Es el abuso de poder de un clérigo que mancilla la inocencia de un menor. Es la imposición de la investidura del poder clerical de un actor que se siente por encima de la sociedad y, por lo tanto, impune. La pederastia es el atropello trágico que deja secuelas imborrables en los cuerpos y en las almas de las víctimas. El depredador sagrado quebranta la confianza que la sociedad ha depositado en su representación social. Abusos miserables, en su gran mayoría impunes, encubiertos por los obispos y la estructura de la Iglesia, más preocupados por proteger la imagen institucional, son parte de una cultura decadente del poder clerical que solapa la existencia de una Iglesia criminal y delincuente que se siente por encima de las leyes de una sociedad.

Ha indignado la conducta de la jerarquía eclesiástica, donde se inscribe el hoy anciano Joseph Ratzinger. El comportamiento eclesiástico demuestra, hasta ahora, insensibilidad ante el dolor de las víctimas, falta de compasión al no ponerse de su lado, no curar sus...

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