El Partido Liberal Mexicano

AutorJosé Muñoz Cota
Páginas17-25

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“Todos los descontentos del despotismo porfirista y de sus secuaces se calificaban indistintamente de las libertades; bajo esa denominación existían en México diversas tendencias, convicciones más o menos intensas corrientes de ideas contradictorias, pero unidas pasajeramente por la oposición a Díaz, el interés predominante del momento”.

Diego Abad de Santillán

Parece que en México, precisamente como consecuencia de la unidad en los móviles históricos, los grupos en pugna social y política cambian de nombre, pero perduran en esencia librando su batalla.

Así, insurgentes y realistas, federalistas y centralistas, liberales y conservadores, son denominaciones varias, pero que traducen posturas irreductibles.

Aparentemente, con don Benito Juárez y su triunfo, el partido liberal se había quedado dueño del campo mexicano, pero no fue así. Los conservadores permanecieron a la sombra en espera de su oportunidad, sin dejar de maniobrar en todos sentidos.

El caso de don Porfirio Díaz, liberal de cepa, héroe de la Carbonera y de Miahuatlán, está exigiendo un retrato psicológico adecuado que nos explique la mutación radical que sufrió su espíritu y la traición que se hizo a sí mismo al entregarse en brazos de los conservadores. Es posible que haya influido en su mutación radical el odio latente que sintió siempre hacia Benito Juárez; también pudo haber sido factor el halago de los pudientes, de la clase alta, del clero inteligente, y, sobre todo, la fuerza emocional de su matrimonio que lo ató a una facción determinante.

Se ha dicho, y con razón, que Porfirio Díaz se mantuvo fiel al homenaje a don Benito Juárez, fiel a la Constitución de 1857; pero que, en ambos casos, la fidelidad fue manifestación externa, porque estaba alejado del juarismo y de espaldas a la Carta Magna.

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Atado mentalmente a los llamados “científicos”, Porfirio Díaz, al final de su carrera, con el peso de sus años encima, era más un símbolo de la autoridad que un auténtico jefe de Estado.

Es posible que esta aseveración parezca audaz; pero de hecho el examen de los acontecimientos nos revela que el forcejeo interno entre los miembros más destacados de los científicos era prueba de que, ciertamente, esperaban la muerte del viejo dictador para ocupar inmediatamente su puesto vacante.

Ello tuvo que agudizarse con las sucesivas reelecciones. No corren los calendarios en vano. Porfirio Díaz es posible que haya sido sincero cuando en la célebre entrevista con Creelman manifestó su decisión de retirarse a la vida privada y dejar paso libre a la elección de un sucesor, incluyendo a las fuerzas opositoras que ya se habían desatado en una o en otra forma; es posible. Pero también es factible que el grupo, suma de intereses creados se lo haya impedido convenciéndolo de que su imprescindible reelección era el medio para mantener la paz y la tranquilidad nacional.

Un sistema de propaganda tanto en el extranjero como en la publicidad interna lo habían coronado con algo así como el más connotado estadista de su época. Este fue, cuando menos, el criterio que sostuvieron algunos periódicos norteamericanos.

A posteriori es fácil señalar varias de las causas inmediatas que precipitaron el desmoronamiento rápido del imperio de Díaz: en términos generales. México estaba entrando a una etapa de transformación industrial es inevitable —aunque en este tiempo era incipiente—; la centralización de la tierra en pocas manos, presencia de enormes latifundios, las condiciones terribles, sin hipérbole, en que vegetaba el peonaje; la carencia total de derechos políticos con el abuso de los caciques y jefes políticos, de tal modo que se proliferaban los feudos; la denegación sistemática de justicia; la ignorancia; insalubridad… y en el área internacional, la equivocación de postergar al capitalismo norteamericano para conceder ventajas a los capitales ingleses, holandeses, franceses; como en los renglones del petróleo, de los ferrocarriles, de las minas…y sobre todo, la aparición del mayor enemigo de Porfirio Díaz, ¡su edad!

Quedan escritas ya las páginas de los precursores; la misión de Porfirio Díaz —como la de todos los déspotas—, de que es posible acallar la rebeldía con la represión, la fuerza, las cárceles y la muerte.

Belén, las tinajas de San Juan de Ulúa, Valle Nacional, Quintana Roo, son el testimonio de un régimen de terror; sólo que, aunque suene a lugar común, la libertad germina con el sacrificio de sus mártires. Las condiciones del sistema carcelario han sido relatadas, dramáticamente, por quienes las sufrieron.22Es de sobra conocido el texto del mensaje: “¡Mátalos en caliente!”, para no insistir en la pintura.

Hay que dividir la crónica de la revolución, por ello, en capítulos perfectamente definidos: período que comprende a los precursores, la gestación revolucionaria; sus

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intentos fallidos pero heroicos; luego, la irrupción violenta y el desfile de sus hombres, quienes ya hicieron la revolución cosechando lo que los precursores habían sembrado con anterioridad.

Esta crónica ha sido analizada por muy diferentes plumas y con criterio multiforme.

En algún ensayo he sostenido que aún vivimos la guerra civil de los muertos —que es más apasionada que la guerra civil de los vivos—; y que, lógicamente, la historia escrita tiene que orientarse hacia el partido de quien la escribe o hacia sus preferencias por este o aquel caudillo. Pero circulan textos bastantes, bien escritos, con profusión de datos y cifras que permiten al estudioso adquirir fácilmente una visión exacta del transcurrir de la Revolución Mexicana.

Vale referirse...

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