La orquesta de Mamá Rosa: sinfonía del abuso

AutorLydiette Carrión
Páginas153-174
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A MÍ NO ME VA A PASAR
IV
La orquesta de Mamá Rosa:
sinfonía del abuso
Por Lydiette Carrión
Alta. Pelo corto. Complexión poderosa, fortachona, masculina.
Lenguaje, dicen, “de carretonero” y exaltado, que deja poco espa-
cio a la réplica o la discusión. Eterna falda roja a cuadros de tipo
escolar, camiseta desgastada y sandalias negras. Mamá Rosa. Un
personaje característico, diseñado y remodelado durante más de
60 años. Para muchos, cercana a la santidad, hoy un personaje con-
frontado por un centenar de investigaciones judiciales, 50 deman-
das por maltratos y negligencia que devino en violaciones sexuales,
secuestro, además de casi 600 internos rescatados del albergue La
Gran Familia en Zamora, Michoacán. Rosa Verduzco después de
medio siglo al frente del albergue ha reunido una cifra incalculable
de presuntas víctimas.
El día llegó
Hoy es 15 de julio de 2014, antes de las ocho de la mañana.
Un centenar de uniformados —entre policías federales y agentes
de la PGR, funcionarios de alto nivel— entran al albergue, segui-
dos de una cincuentena de psicólogos, paramédicos, médicos y tra-
bajadores sociales. Un convoy del ejército asegura el perímetro del
albergue. Y es que Zamora, “la sultana del Duero”, ciudad conser-
vadora y religiosa, cuya catedral siempre en construcción guarda
el muro infame de los crímenes contra cristeros, el valle fértil, el
emporio de fresas y zarzamoras de calidad de exportación, es tierra
de narcos.
Embozados y armados, los agentes ingresan por la puerta del
albergue. Llegan a un patio no muy grande rodeado de edificios
escolares: las aulas, la escuela de música. A simple vista, un inter-
nado cualquiera. ¿En verdad era necesario un operativo de estas
dimensiones?, piensan algunos. La mayoría de las paredes tienen
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murales en los que predominan el verde, el azul. En una, el dibujo
enorme de lo que parece ser un hombre que lleva a un bebé en bra-
zos. Pero si uno se fija más detenidamente, el hombre en realidad
lleva una falda azul a cuadros, y el bebé es más bien un hombrecito
en miniatura. Arriba, se lee: “El que ama cumple con la ley”. En el
albergue ninguna autoridad lo hacía.
Un enorme salón sirve como escuela de música. Es quizá el
edificio más importante de este primer patio, ya que ostenta el mu-
ral más grande: uno que muestra un mundo de grises, una rueda de
la fortuna, comercios, autos, algunos árboles, un autobús con niños
representa a La Gran Familia. Arriba, la leyenda: “Los auténticos
ganapanes. Enrique Krauze”.
En la primera media hora del operativo, los agentes detienen
a Mamá Rosa y a otros ocho presuntos implicados. Nadie opone
resistencia. Los hombres armados toman posesión del lugar. En
la escuela de música, adolescentes que iban a tomar clase perma-
necen estupefactos; hasta que uno de ellos decide tocar el violín.
Lleva el uniforme de la escuela: pantalón y camisola verde olivo.
Los pies descalzos. Toca el Himno a la alegría.
Una puerta de hierro conduce al comedor. Varios niños de-
sayunan un guiso de verduras que no huele bien. Desde ahí, otra
puerta da al segundo patio y el principal: adonde nadie que no sea
de La Gran Familia ha entrado. Y ahí es donde comienza aquello
para lo que nadie estaba preparado. Lo que más desconcierta es
el olor: una mezcla de orines, excremento, suciedad. ¿Por qué
huele así un espacio abierto? Es un patio amplio, muchos más
grande que el anterior, pero luce saturado y abrumador, y está
flanqueado por edificios de colores chillones —naranja, verde,
azul— de dos y tres pisos: los dormitorios, unas celdas sin vidrios,
con rejas como de cárcel. Y ahí, en los dormitorios, pululando en
el patio, en las escaleras, hay 596 personas, la mayoría adolescen-
tes y niños: seis bebés de entre dos meses y dos años; 174 niñas y
278 niños de entre tres y 17 años; y 138 adultos de entre 18 y 60
años.

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