La era de la organización y la sublimación de la política

AutorSheldon S. Wolin
Páginas411-509
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X. LA ERA DE LA ORGANIZACIÓN
Y LA SUBLIMACIÓN DE LA POLÍTICA
El individuo aislado está enfermo.
G. C. HOMANS
El hombre social […] es la obra maestra de la existencia.
ÉMILE DURKHEIM
El individuo es más dúctil cuando es miembro de un
grupo.
KURT LEWIN
LA ERA DE LA ORGANIZACIÓN
Describir adecuadamente concepciones contemporáneas y recientes de lo que
es político es una empresa arriesgada, llena de escollos que provienen de estar
tan cerca de los acontecimientos y sus interpretaciones. No obstante, aceptan-
do los riesgos, comencemos con algunas observaciones obvias y luego tratare-
mos de ver lo que representan sus implicaciones.
Supongo que la mayoría estaremos de acuerdo en que, durante los últimos
150 años, ha habido una democratización sin precedentes de la vida política.
Los sistemas políticos democráticos se han difundido por todo el mundo occi-
dental; se han extendido los derechos políticos a todas las clases de la sociedad;
en general, se espera que los gobiernos sean responsables ante los electorados
populares y los escuchen; grupos de interés de carácter voluntario y con orien-
tación política florecen en la mayoría de las sociedades occidentales, y los par-
tidos políticos de masas son igualmente habituales. Al mismo tiempo, en todas
partes es evidente una tremenda cantidad de actividad política. Se gastan enor-
mes sumas de dinero para propósitos políticos. Los partidos políticos han des-
arrollado constantemente su capacidad de organización a tal punto que el elec-
torado es manejable. Las cuestiones políticas a menudo se discuten en toda la
sociedad.
Sin embargo, este panorama tal vez tendría que ser modificado por obser-
vaciones que contrastan. Hay considerables pruebas de que la participación en
los asuntos públicos es vista con indiferencia por un gran número de integran-
tes de la sociedad. El ciudadano medio parece encontrar oneroso, aburrido e
intrascendente el ejercicio de los derechos políticos. Ser ciudadano no parece
una función importante y la participación política no es considerada un bien
412 PRIMERA PARTE
intrínseco. Esto es en cierta medida confirmado por los temas que han preocu-
pado a los científicos políticos en los últimos 50 años: la apatía de los votantes,
un “público fantasma” incapaz de expresar una opinión coherente y el mengua-
do estado de la política como profesión. Por consiguiente, a pesar de la apa-
riencia de vitalidad, la política posee escaso prestigio y el interés popular en los
asuntos políticos sigue siendo esporádico. Al reducir el ejercicio de la ciudada-
nía a un artículo barato, la democracia aparentemente ha contribuido a la dilu-
ción de la política.
¿Es entonces la declinación del elemento político la principal característica
de nuestra era y es esto lo que preocupa a las recientes teorías políticas? An-
tes de contestar a la primera pregunta, debemos agregar otra observación. Una
de las peculiaridades de la época es que, si bien ha habido una notoria
declina-
ción del interés político en las sociedades no totalitaristas, los científicos sociales
han estado ocupados descubriendo elementos políticos fuera de las estructuras
políticas tradicionales. Las legislaturas, los primeros ministros, los tribunales
y los partidos políticos ya no constituyen el foco de atención en la forma en que
lo hacían hace 50 años. Ahora lo que se escruta es la “política” de las empresas,
los sindicatos y hasta las universidades. Esta preocupación indica que lo políti-
co ha sido transferido a otro plano, a uno que anteriormente era llamado “par-
ticular”, pero que ahora se considera que ha eclipsado al antiguo sistema políti-
co. Parecemos estar en una era en la cual el individuo busca cada vez más su
satisfacción política fuera del área tradicional de la política. Esto apunta a la
posibilidad de que lo que es importante en nuestra época sea la difusión de lo
político. Si así fuera, el problema no es la apatía ni la declinación de lo político,
sino la absorción de lo político en instituciones y actividades no políticas. A su
vez, esto implica que todavía existe en Occidente una impresionante capacidad
de participación e interés políticos que, no obstante, no se orienta hacia las for-
mas tradicionales de vida política.
Se podría fundamentar la plausibilidad de estas ideas destacando en forma
sucinta ciertos aspectos del totalitarismo moderno. Uno de los más notables es el
carácter radicalmente político de esos sistemas, que es ejemplificado por el in-
tento de los gobiernos totalitarios de hacer que el factor político sea omnipresen-
te y constituya el referente fundamental de la existencia. Mediante una política
deliberada, han extendido el control político a cada relación humana significa-
tiva y han organizado a cada grupo importante en términos de los objetivos del
régimen. No se ha ahorrado ningún esfuerzo por despertar en los ciudadanos
un fuerte sentimiento de participación e identificación con el orden político.
Una y otra vez los gobiernos totalitarios han desconcertado a los críticos por su
capacidad de captar un amplio apoyo popular. Esto sugiere que los sistemas
totalitarios han podido aprovechar con éxito el potencial de participación que
las sociedades no totalitarias sólo han desviado. Esto no significa que las prác-
ticas totalitarias representen un modelo, sino que han demostrado, tal vez de
forma perversa, que el animal político no está extinto.
LA ERA DE LA ORGANIZACIÓN Y LA SUBLIMACIÓN DE LA POLÍTICA 413
Este razonamiento nos lleva a preguntar: ¿qué ha sucedido en las condicio-
nes de la existencia para causar esta transferencia de lo político? ¿Por qué la
ciudadanía política ha sido desplazada por otras formas más satisfactorias de
integración? Plantear interrogantes como éstos equivale a preguntar qué clase
de entorno social habita el hombre moderno. Si bien son posibles varias res-
puestas, es difícil imaginar una que fuera persuasiva, pero que no tuviera en
cuenta el hecho evidente de que hoy el individuo se mueve en un mundo domi-
nado por organizaciones grandes y complejas. El ciudadano enfrenta “un gran
gobierno”; el trabajador, un gran sindicato; el empleado de oficina, una empre-
sa gigantesca; el estudiante, una universidad impersonal. En todas partes hay
organización, en todas partes hay burocratización; como el mundo del feuda-
lismo, el mundo moderno está dividido en áreas dominadas por castillos, pero
no los castillos de los cantares de gesta, sino los castillos de Kafka. La General
Motors Corporation es un triunfo de la organización, como lo es el Pentágono y
también el totalitarismo. Si hay un autor que se pueda decir que ha descrito el
mundo de la organización, fue Max Weber. Esto es lo que tenía que decir acer-
ca del mundo de la burocracia y la administración:
Todas las características de la vida cotidiana han sido adaptadas a este marco. La
administración burocrática es […] siempre, desde un punto de vista formal, técni-
co, el tipo más racional. Es completamente indispensable para las necesidades de la
administración de masas en la actualidad. La opción es únicamente entre la buro-
cracia y el diletantismo en el campo de la administración.1
Éste es un mundo que podría haber disfrutado Hobbes: creado por el
inge-
nio humano, donde la acción racional se ha convertido en una cuestión de rutina
y se ha desvanecido la magia. Es también un mundo que ha modificado intensa-
mente los postulados de la política. Veamos, por ejemplo, el problema de las
clases sociales. Desde el siglo XVII hasta concluir el XIX, la mayoría de los teóri-
cos de la política habían considerado como parte de su función formular pro-
puestas para armonizar los intereses y propósitos divergentes de los diversos
grupos socioeconómicos de la sociedad. Sin embargo, actualmente el problema
ya no parece tan urgente, al menos en los países industrialmente avanzados
como los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y la Unión Soviética. El
concepto de “clase social” vive ahora la apacible existencia de toda categoría
sociológica, y Tocqueville ha resultado un mejor profeta que Marx. La igualdad
ha cambiado posiciones con la desigualdad social y se ha convertido en el fenó-
meno más difundido. La concepción clásica del capitalismo, según la sustenta-
1 Max Weber, The Theory of Social and Economic Organization [La teoría de la organización so-
cial y económica], Oxford University Press, Nueva York, 1947, p. 337. Véase también el análisis de
E. A. Shils en “Some Remarks on ‘The Theory of Social and Economic Organization’ ” [Algunos
co mentarios sobre La teoría de la organización social y económica], Economica, 15, 1948, pp. 36-50.

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