La obra del Constituyente

AutorEmilio Rabasa
Páginas51-68
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os autores de la Constitución, aparte de las dificultades con
que tropezaron para plantear libremente sus ideas, estuvie -
ron siempre sometidos a poderosas causas que perturbaban su
criterio. Cuando los días no eran serenos, no podían estar se-
renos los espíritus. La agitación revolucionaria había sacudido
fuertemente a la sociedad, encendiendo pasiones que no se
apaciguan en un día, y las pasiones prevalecían aún en los áni-
mos, velando, sin mostrarse y como arteramente, la claridad
del juicio, la lucidez de la observación y aun la pureza del in-
tento, en los mismos hombres de quienes tenía que esperarse
la obra de la misma ley prometida por el programa de la in-
surrección libertadora. El Partido Conservador alzaba revuel-
tas de importancia en Puebla, enseñoreándose de la segunda
ciudad del país, que dos veces hubo que reconquistar a costa
de sangre, y atizaba los rescoldos del fanatismo en cien puntos
regados en la extensión del territorio nacional, alimentando con
ello la desconfianza que mantenía a los pueblos en constan tes
inquietudes. Un hombre, improvisado por la revolución, tenía
todo el poder dictatorial en las manos. Exaltado contra la tira -
nía y moderado en principios; valiente en el combate, y tímido
y vacilante en el gabinete; lleno de patriotismo y buena fe,
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L
pero más todavía de escrúpulos y respetos tradicionalistas, más
se hacía temer de sus amigos por la incertidumbre, que de sus
enemigos por los elementos de fuerza. En el interior, sumán-
dose a estas condiciones de intranquilidad, la penuria del era-
rio y las angustias de la necesidad inevitable y urgente; en el
exterior, no ya la desconfianza sino el desprestigio acumulado
por los años, fortalecido por los errores frecuentes y por las
aventuras que se nos imputaban como delitos.
En esta situación, los hombres que tenían injerencia en la
vida pública, y que fueron testigos de los acontecimientos que
la formaron, habían llegado a ser suspicaces y asustadizos en
todo lo que se refería al poder. La historia de los gobiernos
de Santa Anna, con su último capítulo de dictadura cruel y sin
freno, había dejado en todos los espíritus la obsesión de la ti-
ranía y del abuso, de tal suerte que el Ejecutivo no era, para
ellos, una entidad impersonal de gobierno, sino la representa -
ción enmas carada del dictador, y un peligro grave e inminente
de todas las horas para las libertades públicas que encarna -
ban en el Congreso. Los diputados disentían en opiniones en
cuanto a reformas sociales, sobre todo cuando se rozaban pun -
tos que podían afectar a los principios religiosos; pero tenían
una conformidad de ideas casi general, cada vez que se tra -
ta ba de la organización del gobierno o de los actos del que re -
gía entonces la Nación, porque en todos predominaba, como
elemento superior del criterio, la desconfianza del Po der Eje-
cutivo y la fe ciega en una representación nacional pura, sabia
y patriota.
El Plan de Ayutla era bien diminuto para ley fundamental
de la Nación, por más que no hubiera de durar en vigor sino por
tiempo limitado, que sus autores supusieron mucho más corto
de lo que al fin resultó. Como todos los planes, no tenía más
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LA CONSTITUCIÓN Y LA DICTADURA

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