El nuevo paradigma del mercado internacional del arte

AutorJorge Sánchez Cordero

La Convención de 1970 introdujo una nueva narrativa al acuñar un vocabulario y un modelo novedosos en la educación pública relativa a la protección de ese legado, e instiló un sentido de responsabilidad, aunque difuso, en los gobiernos y en la comunidad internacional. Abrió asimismo nuevos espacios de negociación y de diálogo e intentó fomentar una nueva cultura entre los principales actores: museos, coleccionistas, mercaderes de arte, burócratas y en la propia sociedad. Existe consenso en considerar a la Convención de 1970 como el preludio de un nuevo orden jurídico internacional en materia de cultura.

En el umbral de su aprobación, se visualizó a este instrumento como una panacea. Con el paso del tiempo, sin embargo, los mejores propósitos parecían reducirse a una quimera. La erosión del patrimonio cultural continuaba; peor aún, a la proliferación del pillaje y las excavaciones clandestinas de sitios arqueológicos y paleontológicos se agregaban otras formas de tráfico ilícito, como las subastas por internet -inimaginables en los años setenta-, la violencia, el vandalismo sistemático y las inestabilidades sociales y religiosas. La comunidad internacional observaba con estupor la destrucción irremisible de sitios ancestrales, lo que provocaba un sentimiento de gran frustración.

Si bien la Convención de 1970 cimentaba principios de alta valía, su ineficacia en la prevención de cataclismos culturales generaba escepticismo y obligaba a los Estados de origen a explorar fórmulas más vigorosas en el ámbito internacional, así como a desvanecer la percepción de una postura naíf de los países de origen frente a la real politife comercial de los países de destino.

La emergencia del Estado Islámico (El) en Oriente Medio y la realidad que supuso el financiamiento de esta organización por medio del tráfico ilícito de bienes culturales, junto con la reacción de occidente para obstruirlas, posibilitó dotar de reglas operativas a la Convención de 1970, después de 45 años de su entrada en vigor.

Ahora, México retomó el liderazgo en estos esfuerzos, pues bajo el mismo fue posible diseñar esas reglas, que en mayo último lograron la aprobación unánime en el seno de la UNESCO. No puede pasar desapercibido que los bosquejos iniciales de la citada Convención corresponden a las diplomacias mexicana y peruana, y que su aprobación se hizo bajo la conducción del embajador mexicano Francisco Cuevas Cancino.

En esta tesitura universal es previsible que dentro de un futuro inmediato añore un nuevo paradigma en el mercado internacional del arte. Si bien la trascendencia de este paisaje cultural es relevante, es claro que la metamorfosis de la legalidad por sí sola no perturbará los mercados, en donde priman intereses económicos poderosos.

El enjambre de los mercados del arte es enorme: directores de museos, pero ahora con gran discreción, fomentan con pleno conocimiento la compra de bienes culturales de origen dudoso para sus colecciones. Los mercaderes de arte guardan celosamente las listas de sus clientes, lo que impide concientizar que hay un vínculo de causa-efecto entre el tráfico ilícito y la destrucción del patrimonio cultural de la humanidad. Las cuantiosas utilidades que se obtienen por la venta de bienes culturales prevalecen...

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