Nacionalismo, enojo y desigualdad

AutorAgustín Basave

Mucha gente está enojada. Las sociedades del siglo XXI muestran una creciente irritación, inexplicable si sólo se toma en cuenta que el conocimiento se ha democratizado, que cada vez más personas tienen acceso a los avances tecnológicos y que en algunas mediciones la pobreza ha disminuido. Las protestas empezaron en los años finiseculares de globalización y consenso neoliberal por conducto de minorías altermundistas y creció en esta centuria con la primavera árabe, el 15-M español, el Occupy estadunidense y un largo etcétera. Hasta ahí parecía obvio, al menos desde mi punto de vista, que la crispación era producto de la desigualdad, que se exacerbó por las políticas fiscales regresivas y la desregulación y estalló en la gran recesión de 2008. Todo apuntaba, pues, a una reacción contra la derechización del mundo.

Pero luego irrumpieron en escena Do-nald Trump y el Brexit y el análisis de la indignación social se complicó. Aunque se sabía desde el principio que había un factor político clave -la corrupción de las élites gobernantes y lo que Katz y Meir bautizaron como la cartelización de los partidos-, empezó a cuestionarse la tesis de que en el ámbito socioeconómico el principal problema era el abismo entre los de arriba que todo lo decidían y los de abajo que de todo se enteraban. Sí, internet y las redes sociales universalizaron la información y crearon sociedades más politizadas y exigentes, pero Trump y los Brexiteers corroboraron que había otro factor tan poderoso como el de la injusticia social: una resaca nacionalista, más cercana a la derecha que a la izquierda, que retraía la ola global.

Veamos el caso de Donald Trump. No es fácil comprender que sus votantes, irritados por un establishment tramposo y medios sesgados y a menudo mendaces, hayan volcado su ira en las urnas a favor de un multimillonario mentiroso que se ha beneficiado de las trampas que ha hecho en complicidad con el sistema que ahora impugna. Si no tomáramos en cuenta que capitalizó los más bajos instintos de una mayoría blanca resentida por la inmigración resultaría inconcebible que un hombre privilegiado por la globalidad, que debe gran parte de su fortuna a sus negocios en el extranjero, se convirtiera en el adalid de los obreros que repudian la exportación de empleos. El nativismo pudo más que el afán justiciero. La balanza se inclinó, así, por un populismo derechista que redujo los impuestos a los más ricos.

El demos es electoralmente manipulado por un nuevo...

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