Mario Anteo / Un bienpensado

AutorMario Anteo

Mi hija perdió su iPhone de ocho mil pesos en un cine y lo recuperó al otro día. Tras embromarla un rato, el intendente le entregó el aparato. Yo apenas lo pude creer; tan sólo días antes había leído que la difusión de estos codiciados gadgets había incrementado la delincuencia mundial.

Si yo fuera la víctima, dudo que me tomara la molestia de regresar al cine; simplemente hubiera dado por perdido el iPhone, sin la menor esperanza de recobrarlo. Pensar en recuperarlo me hubiera parecido una esperanza ridícula.

Difícil creer en la bondad en estos tiempos de "¡sálvese quien pueda!". No me gusta ser desconfiado pero lo soy, no por naturaleza sino por experiencia. O sea que la burra no era arisca; la hicieron.

Tanto tío egoísta pululando por ahí de inmediato te convence de que no vives en el mejor de los mundos. Gritos, rebatingas, empujones, insultos, por doquier gente vulgar, grosera, vil.

Nada menos ayer, en una panadería, cuando me disponía a coger cierta pieza de pan, una señora fodonga, con gesto angustiado, me arrebató la pieza con sus pinzas, intentando poner cara de borreguito, cuando lo que hizo fue enseñar el cobre.

Un señor neurótico acelera su auto para no cederte el paso; otro alinea tinas en la calle para que no te estaciones; una señora coloca en el súper su carrito en la fila cuando aún no termina de surtirlo; en el cine un tío reserva diez localidades que no ocupará; un joven se estaciona obstruyendo tu cochera.

Llegué a pensar que toda la gente es así, y hasta me pregunté si no sería yo un menso por ocultar mis garras y no protestar cuando alguien se entromete en la fila del banco. Pues -me decía a cada rato- lo cortés no quita lo justiciero, y debes defender tus derechos en esta selva de asfalto, a dentelladas si es preciso.

En una sociedad tan enrevesada como la nuestra, el ciudadano honesto que paga sus impuestos es un tonto, y el vivales saqueador de las arcas públicas un tío apuesto e inteligente. Así las cosas, imposible abatir la inseguridad pública.

Me torné tan huraño, desconfiado y temeroso, que debí consultar al...

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