Marcos y Miguel Gutiérrez Vázquez

AutorGerardo de la Concha

Miguel Gutiérrez Vázquez vivía en el Cerro Misopá, anexo al ejido Misopá Chinal, en la zona norte de la Selva Lacandona, una región donde predominan los indios chol. Después de la conquista fueron irreductibles durante siglos a la influencia de la Diócesis de San Cristóbal. En esta época, la marginación y la miseria campesina siguen teniendo raíces ancestrales.

En ese lugar de exuberante naturaleza, de pueblos con hermosas iglesias barrocas y de pobreza, se hizo presente una forma de teología acompañada de la guerrilla. La rebelión de las Cañadas en 1994 consolidó al zapatismo en Los Altos y la Selva Norte; el EZLN era un movimiento potente en Chiapas y los catequistas tenían un nuevo impulso después del alzamiento de enero de 1994.

En el ejido Misopá llegó un enviado de Las Cañadas, llamadas en clave Las Campanas. Los dirigentes zapatistas de Chinal se reconocían con otra clave por radio de onda corta: 10-40. De la prédica se pasó a la organización. Las bases zapatistas se agruparon en Abu Xu (arrieras nocturnas). A esta milicia se unió Miguel Gutiérrez Vázquez.

La teología de la liberación identifica la liberación del pueblo con la instauración del reino de Dios. El discurso zapatista o pro zapatista en la selva norte era una propaganda teológica, un catolicismo liberacionista rápidamente confrontado con los evangélicos protestantes que también creen en el reino de Dios, pero no en su Iglesia y menos si difunde un credo político. Mientras esta confrontación se fermentaba también en Los Altos hasta llegar al saldo trágico de Acteal, Marcos se había convertido en una estrella de los medios nacionales e internacionales sosteniendo un discurso encantador para las buenas conciencias y los intelectuales del mundo, encantador en el sentido específico de encantamiento y magia, era la guerrilla como puesta en escena, era el manejo de los símbolos y los lugares comunes occidentales del buen salvaje, era un heroísmo aceptable y cómodo para un mundo sin causas claras después del derrumbe del muro de Berlín, era la democracia armada, era un escarabajo quijotesco -qué chistoso, hasta Octavio Paz lo festejó- era la parábola, era incluso para Regis Debray la mejor expresión literaria de América Latina, o sea, que al margen de gustos -¡una cuestión de gustos!-, todo el asunto era literario.

La guerra que se detuvo el 12 de enero de 1994, después de que repuesto de la sorpresa el Ejército mexicano aplastó a los zapatistas en Ocosingo -Marcos se hacía...

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