Manifiesto a la Nación y Programa de Reformas Político-Sociales de la Revolución, aprobado por la Soberana Convención Revolucionaria

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Manifiesto a la Nación:
Después de maduro estudio y prolongados deba-
tes, en que vibró la noble pasión del revoluciona-
rio y atronó al ambiente la protesta colérica del
derecho conculcado, que fue a chocar con la inevi-
table resistencia de los viejos prejuicios, para hacer
triunfar a la postre la idea regeneradora y fecunda,
la Soberana Convención Revolucionaria presenta
al país, como fruto de sus labores, el adjunto Pro-
grama de Reformas Sociales y Políticas.
En él descuella como principio el más alto y
el más hermoso, la devolución de tierras a los des-
pojados y el reparto de las haciendas y de los eji-
dos entre los que quieran hacerlos producir con
el esfuerzo de su brazo.
Nada más grande, ni más trascendental para
la Revolución, que la cuestión agraria, base y fi-
nalidad suprema del movimiento libertador, que,
iniciado en 1910, ha sido ya dos veces traicio-
nado: la primera, por el maderismo, que fue fácil
en olvidar sus promesas; y la segunda, por la fu-
nesta facción de Venustiano Carranza, que después
de repetidos alardes de radicalismo, de pureza y de
intransigencia, ha degenerado en una forma ab-
surda de la reacción, en un pacto oprobioso e increí-
ble con los grandes poseedores de tierras.
Combatir a esos poderosos terratenientes, ver-
daderos señores feudales que en nuestro país han
sobrevivido, a despecho de la civilización y a la
retaguardia del progreso; emancipar al campesino,
elevándolo de la humillante situación de esclavo
de la hacienda, a la alta categoría de hombre
libre, ennoblecido por el trabajo remunerador y
empujado hacia adelante por el mayor bienestar
adquirido para sí y para los suyos; redimir a la
olvidada raza indígena, creándole aspiraciones,
haciéndole sentir que es dueña de la tierra que
pisa y provocando en su alma la sed del ideal y el
afán del mejoramiento; crear, en una palabra,
una nación de hombres dignos, de ciudadanos
encariñados con el trabajo, amantes del terruño,
deseosos de ilustrarse y de abrir a sus hijos
amplios horizontes de progreso; tales son las fi-
nalidades que persigue esta gran Revolución,
santificada por el sacrificio de tantos mártires y
amada con ferviente entusiasmo por todos los que
piensan y saben sentir.
El hacendado se había constituido en el aca-
parador de todos los recursos naturales (tierras,
aguas, canteras, bosques, plantíos, producciones
de toda especie); era el señor de horca y cuchillo,
que disponía a su capricho de la existencia de sus
vasallos, el magnate todopoderoso que manejaba
jueces y gobernadores, el sibarita sin escrúpulos,
que derrochaba en lupanares, francachelas y or-
gías, el producto del trabajo de sus jornaleros;
era el parásito que nada producía; era un rodaje
inútil y estorboso en la máquina social, un cáncer
roedor en el organismo del pueblo, una úlcera que
agotaba lentamente la vitalidad nacional.
De allí que la Revolución no transija con el la-
tifundista. Acepta de buen grado al industrial, al
comerciante, al minero, al hombre de negocios, a
todos los elementos activos y emprendedores que
abren nuevas vías a la industria proporcionan
*Fuente: La Revolución Mexicana: textos de su historia. Recopilación: Graziella Altamirano y Guadalupe Villa, México, Instituto de Inves-
tigaciones Dr. José Ma. Luis Mora, 1985, vol. III, pp. 427-438.
Manifiesto a la Nación y Programa de
Reformas Político-Sociales de la Revolución
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Jojutla, Morelos 18 de abril de 1916
1916
TEXT O ORI GINA L

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