Luis Rubio / ¿Otra reforma?

AutorLuis Rubio

El problema de las propuestas de reforma político-electoral que, a partir de la de 1977, pululan el ambiente después de cada elección es que su motivación no es constructiva sino que surge de un ánimo de venganza e impotencia. Venganza por no haber ganado, impotencia por no poder ganar. De ahí que el contenido de las iniciativas que ahora se discuten tenga poco que ver con los problemas que enfrenta el país, los que requieren solución para poder avanzar tanto en la política como en la economía: responden exclusivamente a las posiciones relativas de los actores en este momento específico. No es casualidad que cada reforma que ha habido en estas décadas haya acabado complicando la gobernabilidad del país en lugar de facilitarla.

La reforma de 1977 se proponía ampliar el espacio legal y legítimo de la contienda (o, al menos, de la representación) política. De ahí en adelante, las reformas, todas, han estado orientadas a sesgar los resultados, debilitar a la presidencia o hacer más complejo el proceso electoral y legislativo, respectivamente. Ninguna se aboca a lo único que es importante: construir un sistema político funcional que le rinda cuentas al ciudadano y propicie la prosperidad. Así de simple.

El problema de México es de esencia: cómo se va a gobernar. Ese es el tema que tiene que ser atendido, independientemente de las recetas que flotan en el ambiente. En su más mínima expresión, las acciones necesarias tendrían que versar sobre la forma de la presidencia y sus instrumentos, la construcción de mayorías legislativas y el equilibrio entre los dos poderes. Sin embargo, las propuestas de reforma en la palestra se abocan a la coyuntura inmediata: cómo debilitar al contrario y fortalecerse a uno mismo. Cuando el PAN estaba en la presidencia, el PRI proponía fortalecer al legislativo; hoy es el PAN quien avanza esa misma propuesta. Todo es coyuntura. No hay visión.

Implícitamente, todos los partidos reconocen que el problema esencial es de gobernabilidad. Si no fuera así, ninguno habría suscrito el Pacto por México. El Pacto es un artificio que responde a la inexistencia de mecanismos que faciliten la construcción de mayorías legislativas, condición necesaria para la aprobación de reformas relevantes, así como para darle estabilidad al gobierno en turno. Hay sociedades que, desde su cultura e historia, facilitan esa vereda, pero la nuestra no sólo la rechaza, sino que la estigmatiza: así es como surgió el neologismo...

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