Logra Wilson 'encarcelar' las miradas

AutorSilvia Isabel Gámez

Robert Wilson llegó a El Colegio Nacional caracterizado como figura mundial de la escena. A media luz, el director estadounidense miró con gesto ceñudo a los asistentes y adelantó la tesis de lo que sería su intervención de dos horas: "Mi responsabilidad como artista es preguntar qué es algo, no decir lo que es".

Habían advertido ya que el vanguardista defensor del "teatro de imágenes" no deseaba, paradójicamente, que las cámaras lo filmaran, ni que los fotógrafos le tomaran instantáneas por un tiempo mayor de tres minutos. Cumplido el plazo, dio las gracias y esperó en silencio a que se retiraran, la mayoría con la cabeza baja, sin entender los motivos de Wilson para mostrar una expresión tan intensa de su genio, pero tan mínima de su talento.

Wilson, nacido en Texas en 1941, se adueñó del escenario con movimientos inesperados, cambios de voz, juegos de palabras intraducibles. Vivió a plenitud el hecho de ser centro de las miradas: una mano arriba y las respiraciones se detenían, un silencio prolongado y el público parpadeaba con azoro dos, cinco veces.

El autor de puestas como El Rey de España (1969), La vida y tiempo de Joseph Stalin (1973) y Una carta para la Reina Victoria (1974) no resistió la tentación de improvisar una pequeña obra para un auditorio cautivo, o quizá fue su particular forma de instarlos a soñar.

"El escenario es un marco de construcción; la tensión siempre existe. Escuchamos y vemos con nuestro cuerpo, a través de pantallas exteriores o interiores, parpadeos que nos permiten pensar y soñar también".

Wilson tocó el cristal de su reloj, "es frío"; rozó su frente con los dedos, "es tibia". "Esa es mi expresión", dijo. Cuando los periodistas le preguntan la razón de alguna de las acciones que ven sobre la escena, el director no encuentra la respuesta: "No existen motivos, pero todo tiene un significado".

Su exposición en El Colegio Nacional, invitado por el 16 Festival del Centro Histórico de la Ciudad de México, siguió esa misma línea de pensamiento. A través de una serie de diapositivas, Wilson convocó al pasado: empezó con una escultura hecha en Ohio, 176 postes de teléfono que permitían a un hombre...

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