El lenguaje de los sueños

AutorEvodio Escalante

Es necesario decir, por principio de cuentas, que nadie en nuestro medio ha dedicado tanto esfuerzo y erudición a establecer las relaciones entre el arte y el psicoanálisis como lo ha hecho Teresa del Conde, al grado de que al menos dos de sus libros más importantes son el fruto directo de esta dedicación, Freud y la psicología del arte y Arte y psique. Este traslape surge, y la lectura de sus libros así me lo ha sugerido, de que el hombre de ciencia que era Freud responde no sólo al aire de su época, sino en medidas insospechadas a la producción artística que rodea su momento. Las aportaciones revolucionarias de Freud como fundador del psicoanálisis sintonizan de algún modo, aunque a él le hubiera gustado negarlo, con los descubrimientos vanguardistas del dadaísmo y el surrealismo.

Esta afirmación es peligrosa y debo retroceder para ubicar mejor el sentido de lo que quiero decir. Freud mismo, en ocasión de celebrarse su septuagésimo aniversario, reconoció que el inconsciente lo descubrieron antes que él los filósofos y los poetas. "Lo único que yo he descubierto es un método científico mediante el cual poder estudiar el inconsciente", señaló Freud en esa ocasión. El nombre de Schelling, el gran filósofo del romanticismo alemán, tendría que anotarse aquí, sin duda alguna, al lado de otros escritores de su periodo de quienes puede decirse recibe influjos directos o indirectos; entre ellos tendríamos que mencionar a Novalis y a Nerval. Lo que Freud está reconociendo aquí, me parece, es una prioridad que a su vez delata un antecedente común, una raíz compartida, o mejor, una cierta vinculación originaria entre filosofía, poesía y psicoanálisis. Aquí es donde la trenza comienza a anudarse. En muchos sentidos, el inventor del psicoanálisis parte de un terreno ya trabajado.

En sus estudios acerca de Freud, Teresa del Conde ha prestado particular atención al vínculo con Leonardo da Vinci y con Miguel Ángel, autores en los que el médico vienés volcó una parte sensible de sus obsesiones. Es conocida de todos la afición coleccionista de Freud, la manera en que atesoraba piezas arqueológicas de la antigüedad. Todo parece apuntar hacia el pasado, aunque, como observa Del Conde, en el despacho donde daba consulta, además de una reproducción de la Lección de anatomía del profesor Tulp, de Rembrandt, encontramos igual un grabado de Broulliet que copia su pintura titulada La lección del doctor Charcot en La Salpêtrière, una imitación del óleo de La pesadilla, de Füssli, así como un grabado que evoca la pintura de Edipo y la esfinge, de Ingres. La novela de un arqueólogo perdido en sus desvaríos sublimantes, la Gradiva, de Jensen, le suscita un libro ubicado en Viena y Pompeya. La ciudad de Roma, pletórica de antigüedades, se le vuelve una obsesión, y...

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