Labastida y los obispos mexicanos durante el Imperio de Maximilianode Habsburgo

AutorMarta Eugenia García Ugarte
Páginas1061-1182
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El júbilo por el regreso del arzobispo de México, del de Michoacán y el obispo
de Oaxaca, el 27 de septiembre de 1863, fue descrito en un opúsculo, el 29 de
septiembre de 1863, que daba cuenta del recibimiento que se había hecho en
Puebla al arzobispo de México y regente del Imperio, Pelagio António de La-
bastida y Dávalos, al arzobispo de Michoacán, Clemente de Jesús Munguía, y
al obispo de Oaxaca, el señor Covarrubias, el día de su entrada a la ciudad el
27 de septiembre por la tarde.2961 El escrito recordaba el día en que los pasto-
res habían tenido que abandonar su grey, así como los insultos y atropella-
mientos que habían sufrido c uando habían sido expulsados del país. Con
enojo se describió la forma cómo el gobierno liberal había recibido la noticia
del fallecimiento del arzobispo de México Lázaro de la Garza y Ballesteros
y del obispo de Tenagra: con alegría porque pensó que “sus sus torpes desig-
nios comenzaban a realizarse, y que en poco tiempo el episcopado mexicano
habría concluido”.2962
Pero se habían equivocado, señalaba el opúsculo. Pues si once obispos ha-
bían sido expulsados, ahora regresaban diez y nueve. La misma ciudad que
había sido testigo de los escarnios ahora sucumbía en la alegría: “fragantes
flores, los vítores y hosannas de un pueblo fiel han sucedido a los escarnios de
los enemigos de Dios; y en vez de la tristeza y la desolación de otro tiempo, se
ve reinar una alegría pura y verdadera”.2963 Particular reconocimiento y elogio
se daba al arzobispo Labastida, quien había salido del país siendo obispo de
Puebla y regresaba como arzobispo de México y regente del Imperio. Volvía, se
registraba:
2961 Solemne recibimiento hecho en esta ciudad al Exmo. e Illmo. Sr. Arzobispo de México y regente
del imperio. y a los Ilmos. Sres. Arzobispo de Michoacán y Obispo de Oaxaca. Editado en Puebla, el
29 de septiembre de 1863, en la imprenta a cargo de J. M. Vanegas calle del Deán No. 9.
2962 Ibid.
2963 Ibid.
CAPÍ TULO X II
Labastida y los obispos mexicanos durante el Imperio
de Maximiliano de Habsburgo
1062 ––––– MARTA EUGENIA GARCÍA UGARTE
…circundado de gloria a recibir la magnífica recompensa de sus prolongados
sacrificios, a desempeñar el alto encargo que le ha confiado el cielo de presidir
a la regeneración de nuestra patria y restituir a su antiguo esplendor la Iglesia
mexicana rudamente combatida por los sectarios del mentido progreso.
(En Puebla)... todo era animación, todo era júbilo: una inmensa muchedum-
bre aguardaba ansiosa la entrada de los insignes prelados. Las calles por don-
de habían de pasar hallábanse primorosamente adornadas; los arcos de triunfo,
los vistosos cortinajes, las sentidas inscripciones, y hermosas poesías, daban a
Puebla un aspecto de indefinible encanto. El alegre sonido de las campanas
llenaba los aires y verdaderamente se respiraba en una atmósfera de suavísi-
mos aromas. El cielo mismo, que nos enviaba tan dulce bien, pareció tomar
parte en aquella gran fiesta y ni una nube vino a oscurecer su sereno azul.
...Los Ilmos. Sres. han bajado de sus carruajes... y el entusiasmo entonces no
conoce límites. Aquel gentío que llenaba las calles prorrumpió en los acentos
más expresivos; de las azoteas, de los balcones, que ocupaba una concurrencia
engalanada con ricos atavíos, descendía una lluvia incesante de flores, de ver-
sos y de guirnaldas; y ancianos, jóvenes y niños se apresuraban por ver a los
ilustres desterrados y caían de hinojos a sus plantas, para recibir la paternal
bendición.2964
Un comentario similar publicó Niceto Zamacois el 30 de septiembre. En
su escrito, Zamacois relataba que las calles estaban alfombradas de flores y las
tropas habían formado una valla por donde deberían pasar los obispos mexica-
nos. También habían acudido a recibirlos el cabildo, el ayuntamiento y varios
personajes, “de lo más distinguido de la ciudad”. El pueblo poblano había
derrochado entusiasmo y la alegría en el recibimiento de sus pastores. Según
Zamacois, ese recibimiento era una protesta en contra las doctrinas y las leyes
que habían atacado a la Iglesia. La admiración que sentía por el arzobispo
Labastida y el aprecio popular que suscitaba lo dejó consignado al señalar:
La marcha triunfal del Excmo. Sr. arzobispo bajo una lluvia de flores no interrum-
pida, desde la calle del Alguacil Mayor hasta la espaciosa catedral, donde pe-
netró para que tuviese lugar el solemne Te Deum, fue una ovación general que
patentizaba lo arraigadas que están las ideas de religión y de sana moral en
todas las clases de la sociedad.2965
Las hermanas del arzobispo Labastida también fueron a recibirlo. La emo-
ción las embargaba, porque tenían varios años sin verse: desde 1856. En la
carta que envió al canónigo Don Isidoro González, fechada el 17 de octubre de
2964 Ibid.
2965 Niceto Zamacois. Recorte de prensa, sin nombre del periódico, tan sólo la fecha: 30 de
septiembre de 1863. APPALD.
LABASTIDA Y LOS OBISPOS MEXICANOS DURANTE EL IMPERIO DE MAXIMILIANO DE HABSBURGO ––––– 1063
1864, para agradecerle sus felicitaciones, el arzobispo da cuenta de la emoción
de encontrar a sus hermanas. También registró los sentimientos ante lo vivido
y la admiración tan profunda que sentía por Gutiérrez de Estrada. Le comen-
tó que sus hermanas vivían, con excepción de la mayor que había muerto en
Zamora, el 24 de septiembre, el día en que él tocaba por segunda vez las costas
de Inglaterra, y Ramoncita quien había fallecido en Puebla, al año de haber
sido desterrado. Estaba apenado porque el 15 de agosto de 1856 había muer-
to uno de sus mejores y más íntimos amigos, Don Mariano Anzorena. En sus
hermanas se notaba la huella que había dejado su larga separación “rodeada
de incidentes tan desagradables como sensibles”. L as cuatro hermanas que
sobrevivían lo habían acompañado a México en donde habían restablecido su
salud. El señor Labastida, con la sencillez que lo caracterizaba le dice a su
amigo que sigue siendo el mismo:
Temes que después de tanto tiempo de haber vivido en Europa haya sufrido
algún cambio: lo que es en mi carácter y en mi genio me parece que no, y creo
que aun cuando me hiciera papa sería lo mismo. Extraño mucho la paz, la se-
guridad, el orden que reina en aquellas viejas sociedades, donde poco o nada se
hace sentir la acción de los gobiernos, y donde los chismes revolucionarios no
alteran el estado normal. Esto sí extraño y lo extrañaré toda mi vida, porque
no me hago ilusiones: aquellos bienes son el resultado del tiempo y de un largo
reinado en que se atesoran los elementos conservadores y de verdadero progre-
so. Apenas el pobre Archiduque si los hados le son propicios lo verá y lo gozará
cuando su cabeza haya encanecido en el trabajo de fundar su imperio.
También registró el profundo desengaño que tenía:
Ven y me hallarás siempre el mismo con mis antiguos amigos, y muy desenga-
ñado de lo que es y de lo que podrá ser este país. Mucho tiene que agradecerle
a Napoleón y a la incomparable Eugenia, y la mejor prueba de gratitud que
podemos darles será la de pedir a Dios que practiquen siempre la máxima
Minister inbonum que es efectivamente la base única de la verdadera política.
Muy feliz es tu pensamiento sobre el modo de manifestarnos agradecidos a
aquellos soberanos que tanto bien nos han hecho no menos que a los pocos com-
patriotas que con abnegación han trabajado en la empresa. Al señor Gutiérrez
Estrada in capite debía erigírsele una estatua y colocarla en una altísima co-
lumna para que todos la vieran desde lejos y aprendieran a servir a su patria
con sacrificios inmensos de constante laboriosidad y de sumo desprendimien-
to. Pero... la envidia de miserables contemporáneos tan rastrera como ellas no
es capaz de levantarse un palmo sobre el fango. Baste ya, no para mis deseos
que serían de continuar contigo, sino para dedicar los momentos que me que-
dan a tantas atenciones que me rodean…

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