Kierkegaard y la estrategia del tiempo.

AutorToscano, Javier
CargoEnsayo

Resumen: Este artículo considera algunas de las indagaciones de Soren Kierkegaard como aportaciones de primer orden que tuvieron eco entre pensadores clave en el siglo xx, entre los que podemos contar a Martin Heidegger y a Walter Benjamin. Más que una exposición histórica, el artículo se centra sobre todo en dos puntos. Por una parte, analiza la noción del pecado original, reconstituye su sentido como condición ontológica más allá de un ámbito religioso y describe su función específica para la construcción de la subjetividad. Por otra parte, describe una idea de la temporalidad de este filósofo que se desprende de su estrategia de lenguaje, y muestra de qué forma Kierkegaard buscaba con ello llevar a cabo el paso de la teoría a la experiencia.

Palabras clave: pecado, transmisión, conexión transductiva, instante, eternidad

Abstract: This paper aims at interpreting certain arguments developed by Spren Kierkegaard as eminent discoveries for his day, and that had a huge impact on major 20th-century thinkers, such as Martin Heidegger and Walter Benjamin. More than a historical synthesis, this paper focuses on two issues. On the one hand, it analyzes the notion of original sin, restructuring its meaning out of a religious context and describing its specific function for the construction of subjectivity. On the other hand, it describes a concept of time that derives from the philosopher's specific use of language, showing thus how Kierkegaard sought to work out an explicit transition from theory to experience.

Key words: sin, transmission, transductive connection, instant, eternity

A pesar de que constituye uno de los pilares de la tradición filosófica, la obra de Soren Kierkegaard ha recibido recientemente poca atención fuera de los círculos especializados. Este artículo es un intento por considerar algunas de sus indagaciones como verdaderos descubrimientos avanzados para su época, los cuales tuvieron eco en pensadores clave del siglo xx, como Martin Heidegger y Walter Benjamin. Me concentraré sobre todo en la función del pecado original, reconstituyendo su sentido como condición ontológica más allá de un ámbito religioso, así como en la estructura de las nociones más importantes que sustentan una idea del tiempo en este filósofo, en particular las nociones de eternidad y de instante, con un énfasis en su obra clave El concepto de la angustia [Begrebet Angest] de 1844. (1)

  1. La analítica del pecado. Transmisión y conexión transductiva

    La obra de Kierkegaard se ha interpretado en su conjunto como el origen del existencialismo filosófico. (2) Para entender la estructura de su pensamiento en esa dirección, son cruciales el desarrollo de su noción de angustia [Angest]--su elevación a nivel de concepto--y su articulación con la idea del instante [Oieblikket]. Es cierto que Kierkegaard revistió su reflexión con el contexto de la tradición cristiana; sin embargo, bien entendido, este revestimiento no es de un orden religioso, sino de una espiritualidad radical. Tan es así que, en ocasiones, es posible adscribir la filosofía kierkegaardiana más a una corriente de la teología negativa que a la de la doctrina cristiana dominante. (3) Pero ni el concepto de angustia ni la idea del instante son nociones instrumentales ni independientes de una serie de conceptos con los que se engarzan y refuerzan. Entre ellos podemos contar el concepto de pecado [Synd], una idea específica del origen [Oprindelse] y del destino [Skjebne] ligados a éste, la noción siempre esquiva de la repetición [Gjentagelsen] y una serie de categorías que configuran la experiencia espiritualética de una vida humana. Veamos entonces cómo se construye poco a poco el entramado de categorías, pues a través de ellas veremos también cómo surge una manera específica de entender la temporalidad, así como una forma específica y original de pensar la construcción de la subjetividad.

    El pecado original no es para Kierkegaard un asunto de falta o de castigo. Más que negación es una posición, una categoría de la individualidad. En un sentido, es por esta noción específicamente que Kierkegaard califica su pensamiento de "cristiano": lo que el paganismo nunca reconocería, el cristianismo lo acepta, e incluso hace de él su razón de ser: su fundamento. Pero, entonces, ¿a qué se refiere aquí este pensador? Tenemos que acercarnos con cautela para evitar hacer del pecado un hecho objetivo. Lo que el filósofo quiere es hacerlo ilocalizable y, sin embargo, detallar su intensidad: "El pecado tiene su lugar determinado; o, mejor dicho, no tiene ningún lugar en absoluto, y esto es cabalmente su determinación." (4) El pecado es, por decirlo de alguna manera, una marca de lo humano, su propia huella. No es algo que anteceda al hombre, como si él hubiera venido a profanar el mundo desde un ámbito de pecaminosidad, ni algo que aparezca después, como la consecuencia de una acción, sino que es la estela misma de su existencia en el mundo, su forma de ser-en-el-mundo. "El pecado, pues, entra al mundo súbitamente, es decir, mediante un salto [Springet]; ahora bien, este salto pone además la cualidad, y en el mismo momento de ser puesta la cualidad tiene lugar el salto en la cualidad, de suerte que la cualidad supone el salto y el salto supone la cualidad." (5) La idea de pecado se comprende mejor cuando se consideran una serie de nociones que éste pone en juego y por las cuales se acentúa su cualidad: la fe, la razón, la desesperanza y la angustia misma. (6) En su libro La enfermedad de la muerte, Kierkegaard escribe que "lo contrario del pecado no es la virtud, sino la fe." (7) Esta máxima se repite constantemente: para adquirir la fe hay que renunciar a la razón, y ésta es la única manera de sobreponerse al pecado. La ausencia de fe es una forma de la desesperanza, un momento en que se muestra la impotencia de la existencia. La fe, por el contrario, queda justamente más cercana a la sinrazón, al absurdo, y por ello es más afín al enigma profundo que significa existir. "La fe es lo contrario de la duda", es una certeza, una relación íntima de la existencia con la vida, y nunca "un conocimiento, sino una libertad, una manifestación de la voluntad". (8) Con todo, tanto la fe como el pecado están más allá de la esfera de la ética, esa insistencia disciplinaria con que el hombre apunta a la vivencia general, pues bajo la constricción ética éste vive a la vez su vida personal y la vida de los otros como una expresión de lo general en la vida. No, en el pecado no se trata del bien y del mal, porque no se implica en él un discurso fantasmal, sino la encarnación de una vida concreta pues, como escribe León Chestov, en Kierkegaard "los pecadores están liberados del poder absoluto de la ética. La ética es incapaz de regresarle al hombre su pierna cortada, sus niños muertos, su bienamada." (9)

    Esto se acentúa con una cuestión capital: del pecado, como noción determinante, no se habla en plural, como consecuencia de las acciones humanas, sino sólo en singular. Es decir, no hay más que un pecado, el de origen, la mácula que denota nuestra condición. "El pecado ha venido al mundo por medio del primer pecado de Adán." (10) 11 Incluso, "el primer pecado es el pecado", (11) una determinación cualitativa que configura la forma de ser del hombre en este mundo. En este punto podemos aventurar ya un esbozo de aquello a lo que el filósofo alude con este término para terminar de alejarlo de la interpretación ortodoxa religiosa de la que, al menos en un periodo temprano, quiere distanciarse. Podríamos decir que el pecado es un tipo de condición específica, algo que le es dado al hombre a pesar suyo. La forma vivencial en la que éste se manifiesta es con una ausencia de respuesta racional frente al profundo misterio de la existencia. La imposibilidad de generar una razón profunda a la pregunta "¿para qué?" vincula al individuo con un vacío que nada puede llenar, al tiempo que lo demarca como miembro de una especie así delimitada. Esa responsabilidad que tiene el hombre sobre sus hombros es un fardo no solicitado del que, sin embargo, tiene que dar cuenta. Esta obligación de dar cuenta de algo--de eso que es su vida misma--es equivalente a contraer una deuda, una culpa, (12) de la más amplia magnitud, y en la que está en juego su propia existencia. No encontrar una respuesta es no encontrar un sentido: el pecado es el nombre de esa condición en que la consecución de un fundamento se nos escapa definitiva y ontológicamente. Visto así, el pecado es la contraparte de un don excesivo, y es aquello por lo que el hombre queda obligado existencialmente con la vida y con su creador. (13) Es también a ello a lo que se refiere Santo Tomás de Aquino en su Suma teológica cuando escribe: "El hombre no puede darle a Dios nada que no le deba. Pero jamás igualará su deuda." (14) Que Adán sea el primer pecador no exime a nadie; antes bien, le advierte y al mismo tiempo lo sumerge de lleno en el seno de la forma específica de la existencia humana.

    Ahora bien, la articulación formal del pecado como pecado original tiene además una consecuencia fundamental que ha despertado poco interés en los comentaristas de la obra de Kierkegaard. Podemos sintetizarla como el asunto de su transmisión o su transferencia, de la que se sigue la generación de una forma de conectividad intersubjetiva específica que por su naturaleza llamaremos transductiva. Para explicarlo con el detalle necesario, haré de este fenómeno un tanto inadvertido en la obra de este filósofo un análisis en cuatro tiempos.

    En primer lugar, es necesario destacar la idea que Kierkegaard tiene de la relación entre la especie y el individuo. El hombre es individuo porque es "a la par sí mismo y la especie entera, de tal suerte que toda la especie participa en el individuo y el individuo en toda la especie." (15) Pero esto que comienza como una cita en tono aristotélico se vuelve más específico cuando Kierkegaard sitúa con más precisión a lo que se refiere por...

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