Juan Villoro / Un valiente encarcelado

AutorJuan Villoro

Compañeros de lucha en los años del exilio y la clandestinidad, Daniel Ortega y Sergio Ramírez fueron artífices del movimiento sandinista que puso fin a la dictadura de la familia Somoza en Nicaragua. De 1985 a 1990, Ortega fue Presidente y Ramírez vicepresidente de un país devastado por la corrupción y los terremotos, donde la vegetación y los versos brotaban con el rítmico impulso de Rubén Darío. En 1990, los sandinistas perdieron las elecciones ante Violeta Barrios de Chamorro. La digna aceptación de la derrota fue un gesto histórico. Los revolucionarios dieron un doble ejemplo: habían acabado con la dictadura y aceptaron un relevo democrático en el poder.

Es posible que no haya dos personas que se conozcan tanto como Ortega y Ramírez. El dictador de Nicaragua sabe que su testigo más incómodo es su antiguo vicepresidente, y el miércoles mandó arrestarlo.

Nacido en 1942 en Masatepe, Sergio Ramírez es el único escritor centroamericano que ha recibido el Premio Cervantes. A los 17 años se mudó a León para estudiar Derecho. Ahí descubrió que la temperatura política ardía más que el aire. El 23 de julio de 1959 participó en una manifestación contra la dictadura somocista en la que murieron varios de sus amigos. Según escribiría años después, fue el día más importante de su vida: descubrió, con la fuerza de lo que ocurre para siempre, que era un sobreviviente, y decidió cambiar el mundo en la escritura y en los hechos.

En los años setenta, sometió un libro a la editorial mexicana Joaquín Mortiz: Charles Atlas nunca muere. El título recordaba al famoso fisicoculturista que daba consejos para mejorar los músculos en la contraportada de las historietas. Los plazos para publicar en Mortiz eran tan dilatados que el auténtico Charles Atlas murió mientras Ramírez esperaba el dictamen. Su libro apareció como Charles Atlas también muere.

En 1998, obtuvo el primer Premio Alfaguara con Margarita, está linda la mar, consolidando una trayectoria que lo ha llevado de la crónica política (Adiós muchachos) a la gastronomía literaria (A la mesa con Rubén Darío), pasando por continuas escalas en la novela (de Castigo divino a La fugitiva). Dejó de ejercer cargos, pero continuó su proselitismo en los artículos reunidos en Historias para ser contadas. Invitado a las principales universidades del mundo, no quiso abandonar Nicaragua, donde...

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