José Woldenberg / La muerte

AutorJosé Woldenberg

Sólo hay una certeza en la vida: todos vamos a morir. No existe hombre inmortal. Más tarde o más temprano la muerte arrasa con cada uno. No hay escape. Es un destino que se cumple de manera implacable y puntual. Y sin embargo, cuando la muerte acaba con un ser querido nos sacude la tristeza y el dolor. Nada consuela el conocimiento de que la muerte es inescapable y de que ése es el único destino indiscutible. Quizá ésa sea la mayor paradoja: saber que el desenlace es inevitable y no poder aceptarlo emocionalmente. Razón y emoción se escinden. Para la primera la muerte es un fenómeno natural, previsible, incluso rutinario. Para la segunda, un acto cercenador, inasible, injusto.

Todos los días nos enteramos de diferentes muertes. Y si son lejanas apenas nos detenemos en ellas. "Así es la vida", solemos decir. Y en efecto, la distancia anímica con esos otros muertos tiende a banalizar ese hecho definitivo. Pero cuando se trata de una persona cercana esa situación irreparable se convierte en una pérdida absoluta, irreversible, concluyente.

Vladimir Jankélévitch ha escrito que la muerte es un "hecho insólito y banal". (La muerte. Pre Textos. España. 2009). Por un lado la "persona desaparecida es irreemplazable y nada puede compensar la desaparición" y por el otro, es el fin al que estamos condenados desde el momento de nuestro nacimiento. No reviste ninguna sorpresa pero al mismo tiempo cimbra el mal construido edificio de nuestras certezas. Todo depende de la distancia emocional con quien fallece.

Muerte y desaparición son sinónimas. Para quien muere es el final. Para los sobrevivientes la forja de un vacío incomprensible. Un hueco vital que encoge la vida y le resta sentido. La muerte es parte de la naturaleza de la vida que es finita. Es comprensible e incluso se puede decir que es necesaria. No obstante, se pregunta Jankélévitch, "¿por qué siempre la muerte es una especie de escándalo? ¿Por qué este acontecimiento tan normal despierta tanta curiosidad y tanto horror?". Quizá porque quien desaparece es alguien singular, irrepetible, único. Y sabemos o intuimos que con su partida la vida se vuelve más áspera y solitaria, más lúgubre y doliente.

Porque la muerte siendo inescapable y universal es al mismo tiempo inédita, única, siempre novedosa. Cuando se aparece es como si sucediera por primera vez, porque los millones de muertes que precedieron a la última muerte de una persona amada (casi) nada nos dicen de la que sabemos es una pérdida...

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