José Luis Cuéllar Garza / ¿De qué se trata?

AutorJosé Luis Cuéllar Garza

Instalado entre nosotros el bendito temporal de lluvias, junto con sus beneficios y prodigios, llegan los trastornos, daños y amenazas que provoca cada año en esta Ciudad de Papel la intensa precipitación pluvial que se acumula en pocas horas sobre un territorio trastornado de por sí a ciencia y paciencia de sus habitantes.

Hemos visto reeditarse así el mes de junio, igual a las inundaciones más frecuentes y ya célebres (como las de la Avenida López Mateos en Plaza del Sol), que sorpresas anuales, hasta ahora presentes en El Dean, el norte metropolitano y el sur semirrural del municipio de Zapopan. Esa tómbola de la mala suerte que castiga a una u otra colonia según lo decidan la fuerza de los vientos, la furia de las aguas que reclaman su cauce natural y las estrecheces de la infraestructura en turno.

Junto con el efecto negativo acumulado que va generando la urbanización creciente e intensiva de nuestro territorio y el déficit exponencial de redes de captación y conducción de aguas pluviales, hay un nuevo elemento que viene a complicar aun más este fenómeno: el del cambio climático y la consecuente alteración del régimen de lluvias. Nunca, por ejemplo, había presenciado una tormenta con los vientos huracanados como la que se presentó el lunes 25 al filo de las tres de la tarde, una verdadera tromba que nos hizo temer una catástrofe. Muchos postes y barras de semáforo quedaron torcidos, vencidos o desviados luego de aquellos ventarrones.

Y aunque estamos acostumbrados a que con las lluvias caigan año con año una buena cantidad de árboles y se trastorne el tráfico, no cabe duda que los tapatíos nos las arreglamos para darle una manita a la naturaleza para complementar su acción destructiva y acabar además de complicarnos la existencia en la ajetreada urbe en que vivimos.

Hace algunos meses, en efecto, escribía yo en estas páginas respecto a la inmoderada racha de construcciones verticales desproporcionadas que empieza a poblar el paisaje metropolitano. Lo que no alcancé a decir en ese entonces es que dicha práctica viene acompañada en ciertos casos por la nefasta costumbre de tumbar sin necesidad alguna los viejos, queridos y hermosos árboles que adornaban las banquetas de los predios que fueron elegidos para levantar inmensas torres, donde antes había casas y jardines igualmente arbolados en beneficio del vecindario, de los transeúntes y del clima tapatío.

Es el caso de los edificios de departamentos que están por terminarse sobre la calle...

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