José Woldenberg / El resorte autoritario

AutorJosé Woldenberg

Hace exactamente 40 años un mitin estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco terminó en matanza. Un acto público, pacífico, incluso enclaustrado (en contraste con las monumentales manifestaciones que lo habían precedido), fue agredido de manera unilateral y bárbara. De esa manera se intentó poner fin a un movimiento que rasgaba la supuesta unanimidad que cubría al país y se produjo la ruptura más duradera entre el gobierno (los gobiernos) y una franja considerable de las "capas medias ilustradas", que se convertiría en un motor fundamental de los cambios democratizadores que viviría México.

Del vigoroso movimiento revolucionario de principios de siglo sólo quedaba, a esas alturas, un eco distorsionado. Ya no el programa popular y nacional, ya no la apuesta por la organización de los trabajadores, ya no el acento en la equidad y la justicia, ya no el reparto agrario, ya no el aliento transformador, sino sólo la idea guerrera de que el poder es uno e indivisible y que quienes se oponen a él no son más que enemigos.

La vida política del país se había estabilizado a fuerza de incorporar y subordinar. Primero a los caudillos militares y los caciques regionales (PNR), luego a las poderosas organizaciones de masas que vieron cómo sus principales reivindicaciones -tierra y derechos laborales- se hacían realidad a través de su organización -CNC y CTM- y las instituciones estatales encargadas de procesarlas (PRM), y con posterioridad con una política de "unidad nacional" nacida durante la Segunda Guerra Mundial pero que se convertiría en una especie de dogma intemporal (PRI).

A la cabeza de esa pirámide (casi) monopartidista el presidente de la República, árbitro y última palabra en los conflictos laborales, agrarios y de toda índole; guía de las instituciones y de la política sin contrapesos reales emanados de los otros poderes constitucionales; única voz autorizada para trazar el rumbo general de la nave, acompañada de medios de comunicación que no osaban (salvo raras y memorables excepciones) controvertir la voluntad del jefe del Estado; intérprete privilegiado de la voluntad de la nación que sólo podía ser atacado por los intereses antinacionales. En suma, una estructura autoritaria no acostumbrada a convivir con otras voces, otros intereses, otros proyectos, otras ideologías.

Los antecedentes inmediatos estaban ahí: el movimiento ferrocarrilero de 1958-59, y el de los médicos de 1964-65, que habían terminado también con la...

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