Jorge Volpi / Novelas de terror y resistencia

AutorJorge Volpi

-las balas que vuelan no tienen convicciones.

Carmen Boullosa, La patria insomne

Durante la última semana no hice sino presentar libros en la Feria de Guadalajara. Todo transcurría con normalidad, o al menos con la ominosa normalidad de nuestro país, cuando me vi atrapado en un juego de espejos. Rosa Beltrán me invitó a presentar Efectos secundarios, un breve y sobrecogedor relato sobre un individuo que se dedica a eso: a presentar libros.

El vértigo pronto se acentuó. Porque mientras el narrador de Beltrán se embarca en un sutil elogio de la lectura -y una acerada denuncia de la frivolidad literaria-, no deja de escuchar, en sordina, los ecos de la guerra que azotan a su ciudad. La situación se volvió lacerante: allí estábamos, en la presentación de un libro sobre presentaciones de libros, a solo unos metros del lugar donde días atrás fueron encontrados 26 cuerpos. A mis ojos, Efectos secundarios se convirtió en la mejor metáfora de esta feria: una ácida diatriba contra la frivolidad de la violencia.

Fue entonces cuando me pregunté qué clase de ficción estábamos viviendo. Y concluí que el México de hoy es una novela de terror. Tal vez en otro tiempo fue una novela-río, una novela político-policíaca (mientras reinó el PRI) o una novela negra. Pero hoy es una historia de miedo. Y ni siquiera una que remita a Lovecraft o a Poe, ni tampoco a Frankenstein -por más que el gobierno demuestre la arrogancia del doctor-, sino a las delirantes novelas de zombis que apasionan a los jóvenes.

Una novela de zombis que, para colmo, no se ahorra la imaginería gore: cuerpos destazados, cabezas guillotinadas, vísceras esparcidas por el suelo, sangre a borbotones. Es obvio que al autor de la masacre ocurrida bajo los Arcos de Guadalajara no le importan las reglas de la verosimilitud. Y también es claro que no buscaba amedrentar a lectores y escritores -por la redacción de la narcomanta, deducimos que nunca leyó un libro-, sino emplear un siniestro sistema de márketing para asegurarse la difusión de su texto.

En este escenario apocalíptico fue inaugurada la 25 edición de la FIL: no sólo la segunda feria del libro más importante del mundo, sino la actividad cultural -y social- más relevante en nuestro país de zombis y vampiros. El contraste no podía ser mayor: allá, bajo los arcos, una enfermedad que corroe a toda la nación, y acá, adentro de la Expo, miles de ciudadanos que, a través de la lectura -desafiando al miedo-, intentaban regresar a la vida. A la vida...

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