Jorge Ramos Ávalos / De regreso a casa

AutorJorge Ramos Ávalos

Estamos atorados. Es casi medianoche y hay más aviones llegando al aeropuerto de la Ciudad de México que puertas para recibirlos. Esperamos media hora en un avión que no se mueve, otra media hora en un camioncito que no llega a ninguna parte y una hora más haciendo fila y pasando migración y la aduana. Aprieto un botón. Es verde. Oigo: "Pase". Hace frío y es de madrugada pero no importa. Ya llegué.

Más que otros años, me urgía regresar a México. Aunque fuera un ratito. A ver a mi mamá, a mis hermanos y a la ciudad que dejé hace casi 33 años. La nostalgia empieza por la boca. Me atasco de tacos al pastor, de huevos a la mexicana, de caldo de camarón, de churrumais, de galletas

Marías con mantequilla de La Abuelita, de leche fría con Chocomilk -el de Pancho Pantera-. Era mi menú de niño. Hoy es el comfort food del que regresa (aunque duela la panza).

Es, también, mi madeleine. Esos olores y sabores me regresan a un México que ya no existe pero que traigo arado como rayitas en mi memoria. Proust a la mexicana. Las pláticas están salpicadas de qué fue de fulano y de zutano, o de quién vive ahora en nuestra casa. Sí, nuestra casa.

Uno de mis hermanos saca una foto de su celular. Ahora nuestra casa está pintada de amarillo y alguien mandó cortar el árbol de la entrada. Nuestra casa es, desde luego, donde crecí por casi dos décadas -en Bosque de Echegaray en el Estado de México- y que dos décadas atrás vendieron mis papás. Pero esa es la casa que mi alma -cualquier cosa que eso sea- reconoce como propia, no la otra veintena de casas y apartamentos que, como un nómada digital, he habitado en Estados Unidos.

Los que podemos, regresamos a nuestra casa (donde quiera que esté, al menos una vez al año). De preferencia en Navidad y año nuevo. Esta vez, quizás, muchos regresan con más alegría que antes porque Donald Trump nos quiere hacer la vida imposible a los inmigrantes en Estados Unidos. Su mensaje de odio se ha extendido en las encuestas, en las redes sociales y en las bocas amargas que ahora se sienten con la libertad de insultar igual que el del copetón.

Yo voy y vengo. Mi vida -ese tinglado compuesto por hijos, trabajo, sueños, inversiones y amores- está bien anclada en Miami. Miami -una generosa y cambiante ciudad poblada en gran medida por gente que no nació ahí- es mi segundo hogar. A los hispanos en Miami, dice un buen amigo, nos tratan como a...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR