Islotes de inclusión

AutorAntonio Bertrán

"Soy homosexual, ¿y qué?". La consigna sonaba clara, valiente, coreada por tan solo diez voces entre los miles de manifestantes reunidos frente al Museo Nacional de Antropología para la marcha por los 10 años de la masacre del 2 de octubre.

Era el 26 de julio de 1978. Vestidos de paisano, formados adelante del enorme contingente del Partido Comunista que cerraría la manifestación, los hijos de Urano, los expulsados de Sodoma, los raritos o lilos, los estigmatizados maricones, los perseguidos jotos sostenían una manta en amarillo y negro que denunciaba la represión que sufrían por parte de la policía y la sociedad burguesa.

Repartían volantes en hojas de papel revolución: "Los homosexuales conscientes hemos decidido salir a la calle en esta marcha con todos los oprimidos del país, aún a sabiendas de que las actitudes antihomosexuales no son privilegio de la clase dominante".

Nada más imprimir el volante en uno de los talleres de la Plaza Santo Domingo había sido un triunfo. "Cuando leían Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, los impresores se negaban a pasarlo por el mimeógrafo", recuerda Juan Jacobo Hernández.

Finalmente, el activista de 36 años había logrado hacer 3 mil copias y ese día iniciático para el orgullo gay los repartió con sus compañeros del frente creado apenas en abril para "despertar la conciencia de clase de los homosexuales y luchar por su dignidad", como explicaba el propio impreso.

Con su audaz iniciativa de salir a la calle, los manifestantes gays habían creado una "conmoción". Algunos miembros del PC que se percataron de la manta y los volantes movieron a la "oruga" de su contingente unos pasos atrás para no estar cerca de "los putos", pero a los trotskistas del Partido Revolucionario de los Trabajadores les hizo gracia su presencia.

"Yo iba de vaquera con mis botas, bien jota. No, ¡cuál jota, bien macha! Íbamos normalitos, pero empieza a venir la prensa, las cámaras, se hace un tumulto", recuerda Juan Jacobo.

Un editorial de la época comentaría que entre las acostumbradas consignas contra el charrismo sindical y por la libertad a los presos políticos, solo había causado sorpresa la de los "homosexuales por el socialismo", porque "nunca nos habíamos imaginado que entre ese sector se manifestaran públicamente al lado de los trabajadores y apoyando sus causas".

Cuando la marcha empezó a avanzar, los recién salidos del clóset aún estaban nerviosos porque no sabían qué reacción generarían; algunos habían tenido diarrea el día anterior por el miedo y sufrido de insomnio, pero iban decididos a gritar su diferencia por primera vez.

Se habían preparado para exigir sus derechos con lecturas doctrinarias de izquierda y terapia psicológica, y se informaban sobre las luchas de sus pares en otros países. Así habían derrotado al miedo, hartos de las redadas en cantinas y bares, y de las extorsiones policiacas.

Caminaron algunos metros y, frente al Museo de Arte Moderno, encontraron al grupo feminista de Marta Lamas, quien los felicitó por su presencia y les presentó a un minúsculo grupo de lesbianas, que se les unió.

Muy pronto llamaron la atención de los mirones del camellón de Reforma, que les aplaudieron, y eso les dio confianza para elevar el tono de las consignas: "¡No hay libertad política si no hay libertad sexual!", "¡Revolución en la fábrica y en el colchón!", "¡No somos libres hasta que todos seamos libres!", "Soy joto, ¿y qué?".

No llevaban pelucas ni maquillaje como al otro día aseguraron algunos periodistas para acusarlos de provocadores, pero la gente se reía.

"Pasábamos y eran las carcajadas y los aplausos, pero las...

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