Isabel Turrent / Líbano

AutorIsabel Turrent

Como todo en el Medio Oriente, las causas de la profunda crisis que ha convertido a Líbano en un Estado fallido, desgobernado e ingobernable, como lo demostró la explosión de 2 mil 750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en el puerto que destruyó Beirut el 4 de agosto, se pierden en el tiempo. En centurias, si no es que milenios, de comercio entre Asia y Occidente, que traían por tierra y por mar bienes y personas, invasiones sin cuento y el choque entre una variedad de grupos étnicos que tienen, además, una clara identidad religiosa.

El enfrentamiento sectario ha sido el signo de la región cada vez que el imperio o la potencia dominante que ahoga esas diferencias se debilita o se pierde en la historia. Persia, Bizancio, Roma, los otomanos, los franceses o británicos, lo mismo da. Los intereses étnicos y religiosos sectarios renacen y hunden de nuevo al Medio Oriente en la inestabilidad.

En 1943, cuando un pacto entre cristianos y musulmanes permitió a Líbano independizarse de Francia, Beirut era el París del Medio Oriente: una ciudad cosmopolita, bella y habitable. Tres décadas después lo que quedaba de ese acuerdo se desmoronó y Líbano se hundió, entre 1975 y 1990, en una guerra civil entre cristianos, drusos, musulmanes sunitas y shiitas que destruyó buena parte del país y su capital, Beirut.

La guerra abrió la puerta de Líbano -que tiene una envidiable posición geopolítica- a todas las naciones con ambiciones expansionistas en la región: saudiárabes dispuestos a apoyar a los sunitas, a los sirios -que acabaron por invadir parte de Líbano- y a sus aliados iraníes que crearon y patrocinan a Hezbollah, una organización política y paramilitar shiita que se ha vuelto un Estado dentro del Estado, y a Israel, el enemigo número uno de Hezbollah, que invadió el sur de Líbano en 1982. Todos ellos convirtieron a Beirut en un territorio sin reglas para saldar cuentas: la capital del bombazo.

La historia hubiera sido diferente si al final de la guerra civil en 1990, los grupos sectarios hubieran acordado establecer el imperio de la ley y elegir al mejor. Lo cierto es que cristianos, sunitas y shiitas se convirtieron en dinastías políticas, que han destruido las instituciones democráticas y protegido a mafiosos, banqueros y políticos ineficientes y corruptos. Cuando alguno ha acumulado más poder que el...

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