Isabel Turrent / Cómo se construye un dictador

AutorIsabel Turrent

El terreno más fértil para plantar la semilla de una dictadura es siempre una crisis. En 1999, Rusia estaba en crisis: la economía en picada, una democracia caótica que empezaba apenas a echar raíces y el país mismo, en tránsito al feudalismo o, peor aún, a la fragmentación. Boris Yeltsin, el Presidente, apenas podía sostener el timón. Al parecer, fue a Berezovsky, un poderoso oligarca dueño de la cadena televisiva ORT a quien se le ocurrió que Vladimir Putin, el gris pero eficiente burócrata miembro FSB, que había sido la mano derecha de Sobchak, el alcalde de Leningrado, podía relevar a Yeltsin sin riesgos para él y para la corte que lo rodeaba. El oscuro teniente de la FSB se ganó pronto la confianza de la clase política: mantuvo en sus puestos a los inteligentes arquitectos de la política macroeconómica de los últimos años de Yeltsin, que empezaría a rendir frutos muy pronto, se rodeó de asesores preparados, fortaleció las ligas del Kremlin con el Ejército, empezó a meter en cintura a los gobernadores regionales que se habían convertido en un poder paralelo y aplastó la rebelión chechena a sangre y fuego.

En 2000, ganó abrumadoramente las elecciones presidenciales y empezó a cimentar un poder propio: se rodeó de sus amigos y de sus colegas de la FSB a quienes recompensó su lealtad con jugosos negocios y tajadas del presupuesto. Ayudado por Vladislav Surkov, un inescrupuloso y brillante estratega político, puso los cimientos de un sistema político -la famosa "democracia dirigida", que siempre tuvo mucho de dirigida y poco de democracia, y que es, de hecho, el viejo régimen en una nueva presentación. El partido dominante, llamado ahora Rusia Unida (RU), renació de sus cenizas y atrajo a sus filas a burócratas, funcionarios, sindicatos y a muchos de los desilusionados del experimento democrático de los noventa.

El Poder Legislativo, dominado crecientemente por RU y pequeños partidos que eran y son meras comparsas, se transformó en un apéndice del Kremlin. Los partidos liberales, estrechamente ligados en la memoria del electorado al caos de los años noventa, perdieron la poca fuerza que les quedaba cuando Putin decidió en 2003 -en contra de la opinión de algunos de sus ministros- mandar a prisión a Mikhail Khodorkovsky, un empresario petrolero fabulosamente rico que los financiaba. El amañado juicio de Khodorkovsky demostró también que, como el Legislativo, el...

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