La impotencia de los derechos humanos

AutorJavier Sicilia

Nada de esto se logró. Los sueños de la razón histórica coincidieron con un terror más espantoso: el de la Alemania nazi, el del sovietismo ruso y el de las Juntas Militares. Hoy, después de 200 años, cuando ya muy pocos creen en la dialéctica histórica y los Estados totalitarios que nacieron de ella fracasaron, podríamos hacernos la misma pregunta de Hegel en México. ¿Por qué la etapa de mayor conciencia de los derechos humanos coincide con uno de los periodos donde esos derechos son brutalmente violentados? Nunca en México ha habido tantas organizaciones de defensa de los derechos humanos, pero tampoco tantos muertos, tantos desaparecidos, tantos miserables.

Muchas son las hipótesis. Hablaré de una. Desde el fracaso de la dialéctica histórica, los ideales que la motivaron quedaron supeditados al dinero. Las propias organizaciones sociales que los defienden viven de éste. Sus fuentes de financiamiento vienen de los grandes capitales y de los Estados. Para ello necesitan justificar su labor. Tal justificación sólo es posible en la medida en que los derechos se violentan y las organizaciones asumen la defensa de cierto tipo de víctimas: ejecutados, mujeres maltratadas y asesinadas, secuestrados, extorsionados, homosexuales, enfermos de sida, comunidades indígenas, presos políticos, etcétera, y sus ramificaciones; por ejemplo -en el caso de los desaparecidos-, los 43 de Ayotzinapa, que en esta mentalidad compartimentalizada de ONG no son lo mismo que "los otros desaparecidos de Guerrero", que no son lo mismo que las víctimas de las Fuerzas Unidas por los Desaparecidos de México, etcétera. Así, creyendo que defienden derechos y generan transformaciones políticas, lo que en realidad hacen es defender su particular identidad y su sitio en la estructura social que produce víctimas y que les permite financiarse para seguir existiendo. Hay, en dicho sentido, una profunda despolitización en esas organizaciones, las cuales se adaptan perfectamente a un Estado que en la violencia que crea confiere a cada asociación su propio estatus de víctima bajo el pretexto de que así se garantizará la justicia social.

Este continuo florecer de grupos y sub-grupos de defensa de derechos con sus propias identidades victimóles sólo es posible en el marco de un capitalismo salvaje y una violencia sin freno gestionados por el Estado. Es así como el capitalismo, más allá de la conciencia social que mueve a las organizaciones sociales, incide sobre sus sentimientos de...

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