Hugo Grocio, su vida y su obra

AutorEmbajador Antonio Gómez Robledo
Páginas75-85

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Hugo de Groot (Gotius al ser latinizado, Grocio para nosotros) nació el 17 de abril de 1583 en Delft, una población vecina entonces de La Haya, tan vecina que no hay actualmente solución de continuidad. Groot en Holandés quiere decir "grande", y lo que después fue nombre de familia había sido primero sobre-

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nombre (el antiguo cognomen romano) y le fue impuesta a uno de los antepasados de Grocio, cuatro siglos antes, por sus grandes hazañas.

En cuanto a Delft, su ciudad natal, en la que se respira hasta hoy una atmósfera de paz que debió haber absorbido desde la infancia nuestro hombre, (porque las impresiones de infancia y juventud son por toda la vida las más persistentes). Permítanme ustedes transcribir estas pala-bras de la biografía de Grocio escrito por Sylvino Gurgel de Amaral, y que dejo en su sabroso texto original:

"Delft é a poética cidade das procelanas e dos moinhos, lavad por longo canl, de aguas que freletem a copa das arovres, eternas pelo ciudado humano." Todo es eterno hasta hoy en Holanda, limpio y fresco por el cuidado humano. En Hollande tout est propre, así lo dicen ellos orgullosamente, y así lo oí decir cuando por vez primera llegué a aquel país.

¿Qué podré decir ahora de los primeros años esta vida, una vida realmente maravillosa, primero por el personaje, pero también porque emerge y se desarrolla en circunstancias históricas excepcionalmente dramáticas?

Para declarar lo anterior, y comenzando por el personaje, comentaré en primer lugar en el epigrama la esquina que le dedicó su amigo Daniel Hensius, y en el que dice, puesto en humilde romance, que Grocio, siendo niño, empezó a ser varón, o nació varón, mejor dicho, cuando las demás llegan a la virilidad mucho más tarde. Ellos o mal traducida el epigrama dice así:

Ille dum puer fuit, Vir esse coepit: namque reliqui viri Tandem fuere. Grotius vir natus est.

Un niño prodigio fue el niño Hugo, y lo fue porque apenas tuvo uso de razón, sino es que antes, se despertó en el irrumpente, devoradora, la pasión de saber, la que señoreó su vida entera, del principio al fin, y al lado de la cual las otras pasiones que podría haber tenido, la del amor en su juventud, y la pasión de la gloria en su madurez, no fueran sino pasioncillas. A la edad de tres a cuatro años, el niño Hugo, a quien su madre le prohíbe leer de noche, por cuidarle sus ojos, compra velas con lo que le dan de domingo, para leer a escondidas. A los ocho años consuela a su padre, en versos latinos, por la muerte de un hermano, lo que supone cierta familiaridad con el género tan clásico de las consolationes. A los doce, convierte a su madre al protestantismo, con el argumento de que la señora era demasiado inteligente como para poder seguir siendo papista. De niño, pues, al parecer, era fervoroso protestante, y después, en cambio, circuló la leyenda de que así como siete ciudades se disputaban la cuna de Homero, siete o más sectas se disputaban la adhesión de Grocio; a tal punto era embrollado su credo con todas las distinciones, subdistinciones y contradicciones que introducía él en cada confesión dogmática. Era una prueba, digámoslo de paso, de su espíritu superior e independiente.

Hacia 1597 o 1598, entre los catorce y quince años de edad parece haber terminado Grocio sus estudios universitarios, y acto seguido entró de lleno en la vida pública, en el gran teatro del mundo. En 1598, en efecto, forman parte de la misión encabezada por Justino de Nassau y Juan Oldenbarneveldt, enviada a Francia para confirmar la alianza holandesa con Enrique IV y tratar de disuadirlo de hacer una paz separada con España, con la cual están en guerra, por su independencia, las provincias unidas de los Países Bajos. La misión Holandesa fracasa por este lado, pero mientras tanto, Grocio es presentado

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al rey, que le da su retrato y una cadena de oro, y lo presenta en la corte como el "milagro de Holanda". Durante el año que dura la misión, más o menos, Grocio aprovecha el tiempo para tener en Orleans el doctorado en derecho, por no existir en París una facultad adecuada al efecto.

De regreso a Holanda -tenía apenas 16 años- se inscribe en la barra, para poder litigar ante los tribunales, y enseguida, para decirlo en términos modernos, solo o asociado con otros, abre despacho de abogado postulante. El ejercicio de la profesión, sin embargo, a regañadientes seguramente, no hace sino estimular su actividad literaria, de acuerdo con uno de sus lemas: dulce mihi ante omnia musac. Sino en la inspiración poética, que no parecen haber derramado en él en abundancia las musas, en la técnica, sin embargo, en la versificación latina (porque ningún holandés que se respe-tara a sí mismo versificaba en su propio idioma). Grocio sobresalía como nadie, pues había sido discípulo de Escaligero, el mayor humanista de su tiempo. Fue así como en 1601 publicó una tragedia en verso intitulada Adamus exul, cuyo único interés, según dicen los críticos, es el de igurar en el pediree de Paradise lost, y en 1617 vio la luz otro poema dramático, el Christus patiens.

De todo escribió, en quien fue verdaderamente con espíritu universal: de filosofía, de teología, como en el De veritate relifionis chistianae; de historia, en cuyo campo me limitaré a citar, por ser de especial interés para nosotros, el De origine Americnorum. En este opúsculo, según dicen quienes lo han leído, su autor expone la extraña opinión de que los yucatecos eran judíos, por seguir, ellos también, la práctica de la circuncisión.

En 1607 fue nombrado en Croacia abogado General del fisco de Holanda y Zelanda. Poco después contrajo matrimonio con María de Reygesberg, nada hermosa, según dicen sus biógrafos, pero que fue, por todo lo que puede saberse, una buena y abnegada esposa.

Ni por la literatura ni por la historia, con todo lo que le gustaban, había de entrar Grocio en la inmortalidad, y sí, en cambio, por el derecho, con todo lo que pensaba. La ocasión se ha presentado de súbito, hacia 1604, con motivo de la prensa que un barco de la compañía holandesa de las Indias orientales hizo de una carraca portuguesa en el estrecho de Malaca, y la llevó luego a un puerto holandés para la declaración de buena presa por el tribunal competente y la repartición de la carga, muy rica al parecer (seda, porcelana y otros artículos de china) entre los socios de la compañía.

Desde el punto de vista jurídico el caso no pare-cía ofrecer mayor dificultad, desde el momento en que Portugal, incorporado a España en aquellos años, se encontraba por lo mismo en estado de guerra, como lo estaba España, con los Países Bajos, y a más de esto, siempre había reclamado un monopolio de comercio y navegación en las indias orientales; por todo lo cual, y aun prescindiendo del estado de guerra, la compañía neerlandesa ejercía un acto legítimo al defender, incluso por la fuerza en caso necesario, el derecho que la asistía de libre navegación y comercio.

Todo parecía, pues, correr sobre rieles, pero de repente les asaltaron ciertos escrúpulos a algunos socios de la compañía sobre la licitud del inesperado enriquecimiento; y éstos escrúpulos prove-nían de un espíritu puritano reformista, o bien de un ireneísmo extremado que, a lo que se dice, profesaban entonces numerosos protestantes, para los cuales toda guerra, cualquiera que fuese su causa, era injusta y contraria al...

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