En el hogar de la familia Múgica Pérez

AutorAbel Camacho Guerrero
Páginas17-21

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La provincia mexicana, con todo y sus deficientes medios de comunicación, seguía con ojos azorados la vida del país, ¡Cómo se conmovía esa provincia con la porfiada Guerra de Reforma! y según fuera el credo religioso-político del mexicano, éste convertía en sus héroes a los bizarros caudillos del Partido Liberal o del Conservador.

Ahora bien, Michoacán no fue la excepción al respecto. De Zamora llegó a Tingüindín en permanencia transitoria por uno de sus necesarios traslados, una familia modesta, la familia Múgica Pérez.

Más tarde Francisco Múgica Pérez contaría a sus hijos que siendo niño oía en su hogar que los "gringos" habían invadido México; que dominando los invasores la parte oriental del país, asaltaron los puertos de Veracruz y Tampico, y que por el norte, particularmente por el estado de Coahuila, se derramaron sobre la geografía nacional como hordas salvajes; que él cuando oía estos relatos, "sentía que le hervía el coraje en la sangre", que también recordaba que una vez dijo a su padre que le hubiera gustado tomar un rifle para pelear contra los invasores.

Pasaron los años, en la mente de este niño quedó incrustado un molesto recuerdo: la injusticia irreparable que descuartizó a México, en una invasión de rapiña.

El despojo ese desgarramiento de la patria, era lo que más le dolía en su maldito recuerdo de mexicano lesionado; claro que los mexicanos muertos en la guerra eran también otro dolor pero sufría más la mutilación del país, sin poder remediar ni olvidar esta tragedia que lo quemaba con fuego de impotente desesperación.

¡La tierra, siempre la tierra!

Al paso de la enseñanza hogareña y al golpe del vivo recuerdo, el alma toda del niño se clavaba con obsesión infantil en las palabras de los mayores, que iracundos comentaban el desastre guerrero a causa del cual perdió México la mitad de su territorio.

Y así pasaban los meses y los años conforme Francisco Múgica Pérez crecía como crece la planta en el silencio maravilloso de la naturaleza mansa y sabia, y pronto, en el contorno campirano en que se inmergía su adolescencia ligó suavemente la niñez al risueño crepúsculo matinal en si incipiente juventud, que jubilosa transitaba

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bajo el cielo azul manchado de nubes blancas, sobre el siempre verde y florido paisaje de Michoacán.

El padre de Francisco Múgica Pérez era un liberal apasionado de su causa y éste último creció con firme convicción también liberal, si bien a decir verdad, ninguno de los dos comprendía del todo cuáles eran los principios que sustentaban los hombres de la Reforma, pero les bastaba, para forjar y nutrir su credo, saber que el señor Juárez, gigante de Guelatao, y Melchor Ocampo, el hombre de Michoacán, defendían la libertad de pensamiento, la libertad contra cualquier dictador, y en medio de los confusos decires que recogían, se colocaban resueltamente en favor de estos dos patricios, provocando con su conducta el escándalo de los mojigatos conterráneos y las amenazantes advertencias del sacerdote que domingo a domingo visitaba Tingüidín en su rutinaria obligación de alimentar con la misa seminaria el espíritu de las humildades y devotas gentes del lugar.

Así pasaban los días, las semanas y los meses, hasta que llegó al pueblo con claridad jubilosa para los liberales, el...

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