Heridas abiertas

AutorVíctor Vorrath

Las heridas por el linchamiento en 2004 de policías federales en San Juan Ixtayopan, Tláhuac, siguen abiertas a 15 años de los hechos.

En un recorrido de REFORMA en la Colonia Jaime Torres Bodet, donde ocurrió la tragedia, los habitantes se resisten a hablar de los hechos y quienes acceden, lo hacen con la condición de que no se revele su identidad.

"No se habla del hecho, quedó (mal) la Delegación, no tanto la colonia. Incluso si tu ibas a otro lado y pedías el servicio de taxi, te decían 'ahí no vamos', no querían venir, por el simple hecho de mencionarlo", dice un vecino.

Atribuye los linchamientos a gente extraña que no era de la localidad, de la que no se conocía su procedencia ni se podían saber sus intenciones.

"Había gente extraña, gente que tenía cubierta la cara, para ser vecinos no nos tapamos la cara, pues todos nos conocemos. El punto fue ese, que vinieron personas ajenas a nuestra comunidad que hicieron eso".

Recuerda que el rumor de unos secuestradores de niños desató todo el infierno que sobrevino después, por lo que reflexiona que la gente tiene que aprender a tomar decisiones sensatas en situaciones de esta clase.

"Fue algo que fue creciendo con el rumor, en el momento todos traemos el instinto animal, nos contagiamos o se contagia la gente. Creo que fue eso lo que pasó", señala.

Otro vecino que vive muy cerca de la zona del linchamiento asegura que las heridas que hay entre la población se deben a la detención de inocentes.

"Muchos salieron resentidos, perdieron muchos años de su vida, otros salieron mal de salud", declara.

Descarta que en la época hubiera terroristas y guerrilleros, como se llegó a afirmar durante las investigaciones.

Para otra vecina, el linchamiento cambió súbitamente el modo en que se realizaba la vida en la colonia.

Cuando se registró la matanza de los federales, ella era una niña y se encontraba en el patio de su casa. Al oír a la turba enardecida y la posterior reacción policial, su familia la escondió debajo de la cama. Desde ese momento, los habitantes tenían un nuevo vecino: el miedo.

"En esa época tenía como unos 8 o 10 años, estaba en mi casa, a la otra calle se escuchaba a los policías, los helicópteros, un buen de gente gritando, estábamos en el patio cuando empezó a pasar todo eso y nos empezaron a decir que nos escondiéramos, nos metimos debajo de las camas, las ventanas vibraban bien feo por los helicópteros".

Al día siguiente del linchamiento las calles estaban vacías. Presos del miedo...

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